Vos creías que tu lucha se iba a perpetuar, que perduraría en las memorias pequeñitas, en las memorias ya maduras y en las conciencias putrefactas de aquellos canallas (por no decir hijos de puta, ya que suena vulgar).
Vos creías, por eso no cantaste una mierda, por eso te bancaste la picana y las patadas en los huevos y el encierro y la sangre y los riñones y el tufo a ciénaga que se desprendía de aquellos que querían hacerte decir lo que vos sin duda alguna decidiste olvidar cabalmente.
Vos creías, por eso se te olvidaron las letras, los números, las esquinas y hasta las caricias y el cumpleaños de tu vieja.
Vos creías, por eso te olvidaste de los días, de los rostros, de los bares y hasta de los pendejos que jugaban a la pelota y del heladero que pasaba con su bicicleta.
Ahora bien, quien iba a creer que desde que desapareciste también desaparecieron las memorias (las pequeñitas y las ya maduras) quien iba a creer que tu lucha se iba a despeñar hacia el mar del olvido, hacia el abismo de la ignorancia.
Quien te iba a decir que no servía de nada, que ya nadie tomaría tu causa; o al menos alguna causa, sea equivocada o no.
Aquellos canallas (por no decir hijos de puta, ya que suena vulgar) no son los mismos hoy que los que te quisieron apagar la llamita que llevabas bien adentro inexpugnable. Hoy no golpean ni amenazan con fusiles, aparentemente han evolucionado mi amigo y tampoco hoy existen ese tipo de caballeros con llamitas inexpugnables lógicamente, por eso es que siento también yo esta especie de vergüenza, de sabor a fracaso en el paladar. Los héroes quedaron para las tiras cómicas o las telenovelas en horario central; los cojones desapacieron con vos que creías que tu lucha se iba a perpetuar en las memorias; pero las memorias se fueron ablandando, se fueron contrayendo o lo que es mas triste aun: se fueron desinteresando.
Pero quien iba a decir por otro lado que aquellos canallas (por no decir hijos de puta) ya viejos y abatidos, ya sin ordenes que cumplir, ya sin ordenes que ejecutar, ya con el corazón marchito, negro, hediondo, te iban a tener tan presente en las pupilas, en la memoria, en el sueño, en el desayuno, en los besos fatuos que reparten de cuando en cuando.
Quien iba a decir que vos ya desaparecido, ya vencido, ya convertido en silencio los derrotaste; no ya de las bocas para afuera, sino que del pecho para adentro. No ya para la opinión publica, sino para los espejos donde al verse te ven a vos; rotos, descoyuntados, agrietados.
Quien iba a decir que de noche le temen a tu recuerdo, le escupen tratando de ahuyentarlo sin resultado alguno. O que despiertan a mitad del sueño con tus ojos metidos en sus ojos, con tu sangre goteándoles por la frente, con tus puteadas, con tu dolor, con tu almita resonándoles bien adentro de la conciencia.
Acaso tu lucha ha servido para derrotarlos…
para dejarlos libres pero podridos,
libres pero oxidados, pávidos.
Ellos no olvidaron (a pesar de su postura inescrutable) y ese es el consuelo;
sin embargo nosotros, las memorias pequeñitas y las ya maduras
debemos dejar de repetir el cuento
debemos dejar de esconder la cabeza y la bronca y comernos los mocos.
Debemos aprender muchachos
Aprender a Recordar.
Vos creías, por eso no cantaste una mierda, por eso te bancaste la picana y las patadas en los huevos y el encierro y la sangre y los riñones y el tufo a ciénaga que se desprendía de aquellos que querían hacerte decir lo que vos sin duda alguna decidiste olvidar cabalmente.
Vos creías, por eso se te olvidaron las letras, los números, las esquinas y hasta las caricias y el cumpleaños de tu vieja.
Vos creías, por eso te olvidaste de los días, de los rostros, de los bares y hasta de los pendejos que jugaban a la pelota y del heladero que pasaba con su bicicleta.
Ahora bien, quien iba a creer que desde que desapareciste también desaparecieron las memorias (las pequeñitas y las ya maduras) quien iba a creer que tu lucha se iba a despeñar hacia el mar del olvido, hacia el abismo de la ignorancia.
Quien te iba a decir que no servía de nada, que ya nadie tomaría tu causa; o al menos alguna causa, sea equivocada o no.
Aquellos canallas (por no decir hijos de puta, ya que suena vulgar) no son los mismos hoy que los que te quisieron apagar la llamita que llevabas bien adentro inexpugnable. Hoy no golpean ni amenazan con fusiles, aparentemente han evolucionado mi amigo y tampoco hoy existen ese tipo de caballeros con llamitas inexpugnables lógicamente, por eso es que siento también yo esta especie de vergüenza, de sabor a fracaso en el paladar. Los héroes quedaron para las tiras cómicas o las telenovelas en horario central; los cojones desapacieron con vos que creías que tu lucha se iba a perpetuar en las memorias; pero las memorias se fueron ablandando, se fueron contrayendo o lo que es mas triste aun: se fueron desinteresando.
Pero quien iba a decir por otro lado que aquellos canallas (por no decir hijos de puta) ya viejos y abatidos, ya sin ordenes que cumplir, ya sin ordenes que ejecutar, ya con el corazón marchito, negro, hediondo, te iban a tener tan presente en las pupilas, en la memoria, en el sueño, en el desayuno, en los besos fatuos que reparten de cuando en cuando.
Quien iba a decir que vos ya desaparecido, ya vencido, ya convertido en silencio los derrotaste; no ya de las bocas para afuera, sino que del pecho para adentro. No ya para la opinión publica, sino para los espejos donde al verse te ven a vos; rotos, descoyuntados, agrietados.
Quien iba a decir que de noche le temen a tu recuerdo, le escupen tratando de ahuyentarlo sin resultado alguno. O que despiertan a mitad del sueño con tus ojos metidos en sus ojos, con tu sangre goteándoles por la frente, con tus puteadas, con tu dolor, con tu almita resonándoles bien adentro de la conciencia.
Acaso tu lucha ha servido para derrotarlos…
para dejarlos libres pero podridos,
libres pero oxidados, pávidos.
Ellos no olvidaron (a pesar de su postura inescrutable) y ese es el consuelo;
sin embargo nosotros, las memorias pequeñitas y las ya maduras
debemos dejar de repetir el cuento
debemos dejar de esconder la cabeza y la bronca y comernos los mocos.
Debemos aprender muchachos
Aprender a Recordar.
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