El otro día la cabeza que me sostiene discutió acaloradamente con Don Julián el herrero del pueblo, su mal entendido viene de años, deudas real, se cobra tarde y mal, como siempre no faltaron también los entredichos.
La cabeza que me sostiene es de buen pico y cuando ese mismo pico está embebido, más picoteado se pone, el borracho, aunque turbio, habla claro supo decirme una vez un sombrero de cochero en una siesta de verano.
Don Julián le reclamaba un yunque prestado, la cabeza que me sostiene pensó para adentro, el que busca, halla y el último mono es el que se ahoga, -que venga él personalmente a buscarlo- le dice al hombre del mandado, él le dice que no puede, que se encuentra enfermo, que el mande el yunque con un criado suyo, la cabeza que me sostiene le dice que no tiene nadie disponible.
Me enteré más tarde que Don Julián dijo al enterarse de la respuesta, ¡ah sí, el valiente vive hasta que el cobarde quiere! Así que afiebrado y todo Don Julián se dirigió con su moro hacia la estancia, en el trayecto Don Julián se desmaya y cae para su desgracia rompiéndose un brazo.
Cuando la cabeza que me sostiene se entera del accidente se siente tremendamente culpable.
¡Ay cuando la malicia sobra, falta el entendimiento!, y él, la cabeza que me sostiene durante varias décadas ha aprendido la lección jurando a los cuatros vientos no volver a cometer semejante error, cuanto más grande la cabeza, más grande la jaqueca, le dice a su mujer.
Vaya, vaya, el creador de los sombreros tiene caña muy larga que a todas partes alcanza, me supo decir un anciano sombrero andaluz, yo no sé si me lo dijo a favor o en contra, pero la historia es que te llega.
Cuando uno no está acostumbrado a tener mala intención es difícil que la conciencia no estorbe.
Si la cabeza que me sostiene hubiera mandado a su criado nada de esto hubiera sucedido, el que mucho abarca, poco aprieta, este refrán viejo que todos recuerdan y nadie percata.
Actuar maliciosamente solo un experto lo hace, como hay santos que de pequeño le ha vestido el hábito, también hay demonios que hacen ciencia del soberbio y con su codicia hace capa, lo que por un lado tapa, por otro destapa, lo malo, suele decir el cura del pueblo, lo malo existe porque existe lo bueno, ¿sino como diferenciaríamos nuestros actos?
¿Saben cuál es el punto?, yo viejo sombrero de paja os digo, la ocasión es madre de la tentación y juzgar de ligero, y al seguidito viene el arrepentimiento…
La cabeza que me sostiene es de buen pico y cuando ese mismo pico está embebido, más picoteado se pone, el borracho, aunque turbio, habla claro supo decirme una vez un sombrero de cochero en una siesta de verano.
Don Julián le reclamaba un yunque prestado, la cabeza que me sostiene pensó para adentro, el que busca, halla y el último mono es el que se ahoga, -que venga él personalmente a buscarlo- le dice al hombre del mandado, él le dice que no puede, que se encuentra enfermo, que el mande el yunque con un criado suyo, la cabeza que me sostiene le dice que no tiene nadie disponible.
Me enteré más tarde que Don Julián dijo al enterarse de la respuesta, ¡ah sí, el valiente vive hasta que el cobarde quiere! Así que afiebrado y todo Don Julián se dirigió con su moro hacia la estancia, en el trayecto Don Julián se desmaya y cae para su desgracia rompiéndose un brazo.
Cuando la cabeza que me sostiene se entera del accidente se siente tremendamente culpable.
¡Ay cuando la malicia sobra, falta el entendimiento!, y él, la cabeza que me sostiene durante varias décadas ha aprendido la lección jurando a los cuatros vientos no volver a cometer semejante error, cuanto más grande la cabeza, más grande la jaqueca, le dice a su mujer.
Vaya, vaya, el creador de los sombreros tiene caña muy larga que a todas partes alcanza, me supo decir un anciano sombrero andaluz, yo no sé si me lo dijo a favor o en contra, pero la historia es que te llega.
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Si la cabeza que me sostiene hubiera mandado a su criado nada de esto hubiera sucedido, el que mucho abarca, poco aprieta, este refrán viejo que todos recuerdan y nadie percata.
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