Sobre la arena
De la poesía no tengo nada que decir,
mientras halla esquirlas de Hiroshima en la memoria,
mientras vendan amnesia los verdugos de Alemania
y los niños desnutridos sean niños desnutridos
y las madres que murieron ni en la muerte
tengan reposo pues ni ahí fueron a dar con el reencuentro,
mientras sus seres queridos, perdidos y ya casi olvidados,
nos habiten en forma de abrazos y furias y nostalgias
y canten el salmista y el profeta,
la musa, el vate, el juglar del medioevo,
y Séneca y Quevedo y Kavafis y Verlaine
y el anónimo y el necio y Neruda con sus plumas,
cante el suicida o el gigante o el poeta
popular mal enterrado en la provincia
y el dromedario que pasó la aguja
y el magnífico borracho y Bukowski y Ezra Pound,
mientras, digo, tachen mi justa los simios leguleyos,
exegetas, exóticos, sabios de sano juicio
y los jóvenes errantes que no temen ser mortales.
Lo que es yo no busco hacer océano en la lágrima
ni pan en el mendrugo que la paloma eleva al cielo,
apenas encadeno mi respirar al horizonte,
a la gratitud por los espacios que el hombre abre al hombre,
al digno, al justiciero, al que detuvo por su amada
todas las olas del océano por no verse sumergido
ni en la oquedad del abandono ni en la rutina de un amor eterno.
Lo que busco es hablar de los tiempos que habitamos,
desde que el pie desnudo se ató la piel recién cazada,
desde que antes, antes se asomó un enigma
en la constelación de los misterios y la noche,
se transformó en esfera, planeta, óvulo de la existencia a oscuras
y navegó un espacio amniótico, sideral y omnipresente.
Desde que creímos de verdad en el viejo árbol,
en la manzana, la serpiente y la costilla condenada,
en el pesebre que persiste en más de cien portales,
en la pasión de un hombre, un dios, un aeroplano,
que dibujó en el cielo un terremoto de promesas
y un dolor que aun no se seca pese a la lanza ya hecha tierra.
De ti y de mi es que yo quiero cruzar unas palabras,
un tibio amor, una escalera que nos saque
del abismo, del temor, de la tristeza inconfesada,
de un plano mar en que los peces te iluminan
como los barcos que naufragan relumbrando en su caída.
De todos lo secretos que tu piel apega al alma,
y tu alma al corazón que en su furor aún combate.
Es de todo ello que vengo a dar mi testimonio,
de conseguirlo pues es evidente
que de la poesía no tengo ni tenemos
nada que decir sino que en ti
ya todo ha sido escrito y a la vez ya nada
es sino lo que escribas junto a mi sobre la arena.
08 06 10
De la poesía no tengo nada que decir,
mientras halla esquirlas de Hiroshima en la memoria,
mientras vendan amnesia los verdugos de Alemania
y los niños desnutridos sean niños desnutridos
y las madres que murieron ni en la muerte
tengan reposo pues ni ahí fueron a dar con el reencuentro,
mientras sus seres queridos, perdidos y ya casi olvidados,
nos habiten en forma de abrazos y furias y nostalgias
y canten el salmista y el profeta,
la musa, el vate, el juglar del medioevo,
y Séneca y Quevedo y Kavafis y Verlaine
y el anónimo y el necio y Neruda con sus plumas,
cante el suicida o el gigante o el poeta
popular mal enterrado en la provincia
y el dromedario que pasó la aguja
y el magnífico borracho y Bukowski y Ezra Pound,
mientras, digo, tachen mi justa los simios leguleyos,
exegetas, exóticos, sabios de sano juicio
y los jóvenes errantes que no temen ser mortales.
Lo que es yo no busco hacer océano en la lágrima
ni pan en el mendrugo que la paloma eleva al cielo,
apenas encadeno mi respirar al horizonte,
a la gratitud por los espacios que el hombre abre al hombre,
al digno, al justiciero, al que detuvo por su amada
todas las olas del océano por no verse sumergido
ni en la oquedad del abandono ni en la rutina de un amor eterno.
Lo que busco es hablar de los tiempos que habitamos,
desde que el pie desnudo se ató la piel recién cazada,
desde que antes, antes se asomó un enigma
en la constelación de los misterios y la noche,
se transformó en esfera, planeta, óvulo de la existencia a oscuras
y navegó un espacio amniótico, sideral y omnipresente.
Desde que creímos de verdad en el viejo árbol,
en la manzana, la serpiente y la costilla condenada,
en el pesebre que persiste en más de cien portales,
en la pasión de un hombre, un dios, un aeroplano,
que dibujó en el cielo un terremoto de promesas
y un dolor que aun no se seca pese a la lanza ya hecha tierra.
De ti y de mi es que yo quiero cruzar unas palabras,
un tibio amor, una escalera que nos saque
del abismo, del temor, de la tristeza inconfesada,
de un plano mar en que los peces te iluminan
como los barcos que naufragan relumbrando en su caída.
De todos lo secretos que tu piel apega al alma,
y tu alma al corazón que en su furor aún combate.
Es de todo ello que vengo a dar mi testimonio,
de conseguirlo pues es evidente
que de la poesía no tengo ni tenemos
nada que decir sino que en ti
ya todo ha sido escrito y a la vez ya nada
es sino lo que escribas junto a mi sobre la arena.
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