Sol de arena...

Sol de arena…

Nevado vértice de Oro, en cuyo alazán
diestro, la juventud, hecha polvo,
del color que, insomne, devuelvo,
al Oasis de virtud, cual izarán
la bandera de suspiros, de arte nuevo:
Solimán enérgico de amor, entre suspiros,
aclarando la tea de vapor, respiros,
que al claro numen, gracia y estertor, elevo…

Cual sinergia en estro, pudo amar veloz
sainete claro: de la sombra y pormenor,
aleve faro, en cuyo imán pudo torcaz mejor
hilar un dado, en sombras y latidos del feroz,
aleve claro, intonsa miel en aras de su flor,
cadencia a un hito, flagelara no la voz,
la sombra del amor, perplejo grito:
en cuyo adarme mejor, estuario se ha descripto…

Ooh, latido voraz, en cuyo anhelo, la diestra
vorágine clamaba, sutil embargo, vuestra,
aleve sombra de mar, sólo reclamo:
en el voraz apetito por nadar, alado
del tropel de lujuria de su flor, no clamo,
sólo sinergia de estupor, cual gallardía ha dado,
la voz, en intrépida restinga, procelosa,
en el ardid de efluvio torcaz, por si celosa,

Escombro, en gallardía fatua oro redime,
cual necio afán del trago y sombra,
en oro que sea cauteloso vino, y nombra:
en tus labios el tropel, que figura y que no exime,
la voluntad de un ápice lumbar a la ternura,
helando en el procaz atisbo del estío,
fragancia, en torno va, de nervio y de gentío
solapada de amor, ante nevada tesitura…

Alerta, tu flor, embate la mirada,
cual copihue helado ante la rosa:
juventud ociosa, de nevada hada,
en cuyo desmán, la idéntica Preciosa,
asume el juicio de la rosa, cual pordiosero
letargo en pundonor abierto al cautiverio,
del solo estrado de su flor, resero…
Por cuyo mar, intrépido lugar, vuelve al Misterio…

Vuelve, a la rosa, en sórdida función,
nevada en soliloquio: su adusta intuición...