La soledad
La soledad que se comió las playas,
que desoló los bosques, que derrumbó las torres,
la soledad que originó las guerras y las paces,
los despidos sin razón, las cartas del suicida,
la soledad que aletargó tu paso,
que enfrió cada café y llenó todas las copas,
que se fue con tu pelo en la peineta,
la soledad que se cayó de los caballos,
que causó el corte de luz en los estadios,
que perdió los boletos para el viaje,
la página del libro, la garantía de la compra,
la soledad que no jugó ni al solitario,
que no quiso ir al cine, que se quedó dormida
hasta las cinco de la tarde para seguir durmiendo,
que regresó sin prendas de la tienda y sus ofertas,
que dejó la sopa haciendo nata en la oficina,
que fracasó en el asalto a la farmacia,
que se subió a la micro sin saber dónde iba,
la soledad desnuda en los moteles y en las playas,
con el cuchillo en la garganta del tomate,
en silencio en la costa del ocaso,
sin saldo en el celular de su destino,
la soledad que creó nuestro universo
y lo miró expandirse sin falsas ilusiones
y vio nacer la vida en la tercera piedra
y se alegró ciertamente sin salir de su fracaso,
la soledad que ya ni regla tuvo,
ni erección, ni vergüenza, ni orgasmo, ni embarazo,
la soledad que programó su muerte
casi sin querer, por no morirse a solas,
y nos dejó invitados casi desde la misma cuna,
para eso sembró flores en las manos que tendía
e intercambió palabras en el silencio de otros
y libros y canciones y a veces su cansancio,
otras veces su alegría, su entusiasmo, sus hazañas,
como el haber amado, con o sin victoria,
como el darse al olvido como quien limpia la mesa tras la cena,
la soledad que vivió el anonimato,
claro, tan sola estaba que nadie se dio cuenta,
la que gritó en las plazas sin que nadie la escuchara,
salvo uno que otro que dejó caer unas monedas,
la soledad que fue soldado y fue paloma,
abogado, arquitecto, cesante, contratista, cineasta,
que acudió a la iglesia, a la internet, al cigarrillo
y terminó en el mismo espejo con los ojos empañados,
que dobló sus rodillas cual toallas en el baño,
que buscó en la tele sin encontrarse más que a si misma repetida,
la soledad que se adaptó, que se murió de rabia,
que se dejó corroer por el dolor sin doblegarse,
que se casó sin ganas, que resolvía los puzzles,
llegando a fin de mes a palos con las chauchas,
que anduvo por los parques cual los perros sin refugio
y no le aulló a la luna por no asustarla más
ni llamar la atención de los guardias en su estado somnoliento,
la soledad que te encontró en el mismo bar de su rutina
y te dejó marchar con los amigos que quizá te oyeron,
la soledad, en fin, que te acompaña siempre,
taciturna y melosa, leal y sin rodeos,
es la misma quizá que nos juntó bajo esta lluvia
y que ahora nos despide como a dos buenos solitarios.
La soledad lo quiso, la soledad nada más pudo,
cual se demuestra ahora con el punto final que le ponemos
y los paraguas que se abren y nos separan para siempre.
03 02 10
La soledad que se comió las playas,
que desoló los bosques, que derrumbó las torres,
la soledad que originó las guerras y las paces,
los despidos sin razón, las cartas del suicida,
la soledad que aletargó tu paso,
que enfrió cada café y llenó todas las copas,
que se fue con tu pelo en la peineta,
la soledad que se cayó de los caballos,
que causó el corte de luz en los estadios,
que perdió los boletos para el viaje,
la página del libro, la garantía de la compra,
la soledad que no jugó ni al solitario,
que no quiso ir al cine, que se quedó dormida
hasta las cinco de la tarde para seguir durmiendo,
que regresó sin prendas de la tienda y sus ofertas,
que dejó la sopa haciendo nata en la oficina,
que fracasó en el asalto a la farmacia,
que se subió a la micro sin saber dónde iba,
la soledad desnuda en los moteles y en las playas,
con el cuchillo en la garganta del tomate,
en silencio en la costa del ocaso,
sin saldo en el celular de su destino,
la soledad que creó nuestro universo
y lo miró expandirse sin falsas ilusiones
y vio nacer la vida en la tercera piedra
y se alegró ciertamente sin salir de su fracaso,
la soledad que ya ni regla tuvo,
ni erección, ni vergüenza, ni orgasmo, ni embarazo,
la soledad que programó su muerte
casi sin querer, por no morirse a solas,
y nos dejó invitados casi desde la misma cuna,
para eso sembró flores en las manos que tendía
e intercambió palabras en el silencio de otros
y libros y canciones y a veces su cansancio,
otras veces su alegría, su entusiasmo, sus hazañas,
como el haber amado, con o sin victoria,
como el darse al olvido como quien limpia la mesa tras la cena,
la soledad que vivió el anonimato,
claro, tan sola estaba que nadie se dio cuenta,
la que gritó en las plazas sin que nadie la escuchara,
salvo uno que otro que dejó caer unas monedas,
la soledad que fue soldado y fue paloma,
abogado, arquitecto, cesante, contratista, cineasta,
que acudió a la iglesia, a la internet, al cigarrillo
y terminó en el mismo espejo con los ojos empañados,
que dobló sus rodillas cual toallas en el baño,
que buscó en la tele sin encontrarse más que a si misma repetida,
la soledad que se adaptó, que se murió de rabia,
que se dejó corroer por el dolor sin doblegarse,
que se casó sin ganas, que resolvía los puzzles,
llegando a fin de mes a palos con las chauchas,
que anduvo por los parques cual los perros sin refugio
y no le aulló a la luna por no asustarla más
ni llamar la atención de los guardias en su estado somnoliento,
la soledad que te encontró en el mismo bar de su rutina
y te dejó marchar con los amigos que quizá te oyeron,
la soledad, en fin, que te acompaña siempre,
taciturna y melosa, leal y sin rodeos,
es la misma quizá que nos juntó bajo esta lluvia
y que ahora nos despide como a dos buenos solitarios.
La soledad lo quiso, la soledad nada más pudo,
cual se demuestra ahora con el punto final que le ponemos
y los paraguas que se abren y nos separan para siempre.
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