Los Sauces era un pequeño pueblo perdido en la Mesopotamia, se había formado con la llegada de los inmigrantes a nuestro país, ellos fueron traídos por el gobierno para poblar las vastas zonas rurales vírgenes.
Un grupo de ellos decidió permanecer juntos a fin de conservar sus costumbres, y así no olvidar su origen, razón de orgullo y nobleza de sangre de muchos de ellos.
Fundaron el pueblo en unas hectáreas junto a las márgenes de un arroyo cristalino y bordeado de sauces verdes y frondosos que se mecían armoniosamente con la brisa sureña.
A ambos márgenes del arroyo se levantaban las blancas casas, rodeadas de jardines prolijamente enrejados, con la mas diversa gama de rosales, jazmines y arboles frutales.
Para cruzar de un lado a otro del poblado habían construido un puente de madera con barandas bajas, este era constantemente atravesado por los habitantes ya que la iglesia estaba a uno de los márgenes. Ese era el lugar obligado de reunión para todos, no solo se hacían los cultos religiosos sino también todas las reuniones de carácter social.
Un día llego al pueblo un joven de unos dieciséis años, que viéndose huérfano busco un lugar donde trabajar y establecerse. Allí el cura lo había recibido y le había dado una pequeña cabaña donde vivir, también le ayudaba recomendándolo para algunos trabajos y así el podía mantenerse.
Como para todos el era un desconocido lo trataba con distancia y recelo, solo le encargaban tareas externas de limpieza, corte de leña, labores del campo y cuidado de animales.
El, era un joven de mucha voluntad, desde niño había aprendido a valerse por si mismo y era capaz de realizar las tareas mas diversas. Como trabajaba por las mañanas, dedicaba las tardes a la pesca, se lo solía ver llegar cargando una caña llena de pescados que vendía en el pueblo.
Ese verano, las hermanas Rosemberg, una viuda y la otra soltera, ambas cincuentonas, recibieron en su casa a una sobrina que había perdido trágicamente a sus padres. Ella había viajado desde el viejo continente para quedarse bajo la guarda de sus tías.
Un domingo, el destino tuvo en azar cruzar en el angosto puente a los dos jóvenes, ella apresurada no noto que frente a ella tenia a Pedro, tropezó con el sin verlo, levanto sus ojos y un raro titubeo la hizo permanecer un rato inmóvil.
El la observo detenidamente, tenia cabellos lacios dorados, largos, una mirada profunda de cielo en su rostro armonioso y delicado. era delgada y casi de su estatura. Ella se apuro y continúo su camino sin notar que había dejado caer a los pies de Pedro uno de los libros que llevaba en sus en delicada letra cursiva: Katrina.
Pensó en alcanzarla, pero le falto valor para correr tras ella, entonces, decidió conservarlo y esperar, sabia que la volvería a ver en algún momento y tendría la oportunidad de devolvérselo.
Y ese domingo la vio en la reunión de la iglesia pero no se atrevió a acercarse a ella por que estaba acompañada de sus tías, y ellas tenían una actitud muy seria y mirada despectiva. Dejo la idea de acercarse a ella y guardo el libro en un bolsillo.
Por las noches leía las paginas de aquel libro y pensaba si ella seria tan fría como sus tías, como reaccionaria si el intentaba hablarle. No conseguía apartar de su mente aquella mirada clara y brillante, ella lo había cautivado.
Una tarde, iba con su caña de pesca bordeando el arroyo cuando la vio, allí estaba, sentada sobre los pastos cortos, debajo de unas largas ramas de un joven sauce. Parecía absorta al contemplar el correr de las cristalinas aguas del arroyo, se acerco en silencio y cuando estaba junto a ella la saludo.
Al verse sorprendida ella se incorporo rápidamente y no le contesto, entonces el se apresuro a decir:
-Tengo su libro, lo recogí en el puente aquel día que tropezó conmigo en el puente. No he tenido oportunidad de devolvérselo, cuando usted me diga puedo alcanzárselo.-
-Gracias.- le respondió con timidez y un cierto acento, para el desconocido.
-Este es un lugar muy tranquilo, siempre vengo aquí a pescar.- dijo Pedro.
Como ella se mostraba incomoda Pedro prosiguió hablando:
-¿Vino de paseo o piensa quedarse?-
-Hasta ahora mis tías han decidido que debo quedarme aquí.- respondió ella sin levantar la mirada.
Hubo entre ellos un largo silencio y Pedro arrojo la línea al agua con carnada en el anzuelo.
-Hace un año que vivo aquí y aun no logro acostumbrarme, la gente no es muy acogedora, salvo el padre, los demás me tratan con mucha distancia. Con usted va a ser diferente, tiene familia aquí.-
Hizo una pausa y con voz suave continuo:
-La verdad, me hace mucha falta mi madre, ella era muy cálida y a pesar de las circunstancias, siempre estaba con una sonrisa en su rostro. La perdí hace un año y aun espero llegar un día a casa y sentir el aroma de su comida caliente sobre la estufa.-
Katrina lo miro y se encontró con sus ojos negros llenos de bondad, de pronto sintió confianza y se acerco y se sentó también junto a la orilla y le dijo:
-También perdí a mis padres, he vivido pupila en un colegio en Alemania hasta que concluí mis estudios.- hizo una pausa y agrego.
-Me llamo Katrina, mis tías mandaron por mí.-
-Leí su libro, es muy bueno, acá hay pocos y es difícil conseguirlos. Leo todo lo que cae en mis manos.- agrego Pedro con una sonrisa.
Siguieron conversando sin notar que aquella primera timidez había desaparecido y había surgido una mutua confianza entre ellos.
La línea en el agua comenzó a tirar entonces el se apresuro a sacar el pez del agua.
-Mira que grande es, será una buena cena.- le dijo el muchacho entusiasmado.
Ella sonrió y se levanto al recordar que ya debería estar en su casa.
-Debo irme, ya es tarde, nos veremos pronto.- se acerco y le dio un beso en la mejilla.
El entrecerró sus ojos mientras percibía un aroma suave y floral de su cabello. Sintió en su pecho que el corazón le latía rápidamente.
Ella se alejo y el la observo hasta verla desaparecer tras los frondosos sauces.
No pasaron muchos días sin que ellos volvieran a encontrarse, ella lo buscaba donde Pedro solía pescar. Lo saludo y se sentó a su lado, le había traído un libro.
-Como le gusta leer, creí que le gustaría tenerlo, cuando aprendí este idioma compre varios para practicar y este me gusto mucho.- le comento entregándolo en sus manos.
Aunque las diferencias culturales y sociales eran muy notorias entre ellos, eso no impidió que sugiera entre ellos una química especial. Sus charlas eran cada vez mas frecuentes y la amistad crecía día a día, al parecer sus espíritus se comprendían perfectamente.
A veces, el tiempo no les alcanzaba para hablar y otras solo se quedaban en silencio, como si no necesitaran de palabras para comprenderse.
Desde entonces, se sucedieron los encuentros, compartiendo charlas, lecturas y momentos de risas. Pedro disfrutaba de la gracia que tenia el acento en la voz de Katrina.
Los días pasaron rápidamente con la vertiginosidad propia de la juventud, y así, el verano dejando en ellos un sincero y profundo amor.
Vivian esperando el momento de verse, no podían pasar mucho tiempo separados y como todo lo que es hermoso no puede ocultarse por mucho tiempo no falto quien le informara de esa situación a las tías de Katrina.
Una nube negra de acontecimientos se poso sobre la joven pareja. Aquella amistad no fue consentida y la incomprensión se sumo a los prejuicios que llevaron a tomar una drástica medida para terminar con la relación que al parecer de aquellas mujeres solo perjudicaba a la joven y su familia.
Katrina fue recluida y no le permitían salir de la casa, allí la depresión y la angustia se apodero del alma tierna y la joven se encerró en su habitación. Pasaba largas horas sentada frente a la ventana, con la mirada perdida donde Pedro solía esperarla, debajo de añejo y frondoso manzano.
El párroco hablo duramente con el joven, tratando de hacerle comprender que las tías de la joven eran las responsables de ella y debía aceptar la decisión que habían tomado por el bien de ella.
Le menciono cada una de las diferencias que los separaban, que ella tenia un destino muy diferente del que Pedro podría jamás ofrecerle.
El, no comprendía aquello pues nunca había notado alguna diferencia entre ellos. Los pensamientos se agolpaban en su mente y en su pecho un dolor crecía como un rio e inundaba su alma incapaz de comprender lo que estaba pasando.
El comentario de aquella relación fue conocida por todos, y muchos creyeron que la situación era muy inconveniente, y dejaron de darle trabajo creyendo que así lo obligarían a dejar el pueblo.
El otoño llego cargado de días grises y eternas tardes de lloviznas que hacían que el paisaje se vistiera de una profunda melancolía, mas aun, en aquellos que sufrían una separación forzada.
En esos días una dolencia obligo a Katrina a permanecer en cama, mientras Pedro empezó a desesperarse al notar la ausencia de ella en la ventana y solía pasar largas horas debajo del manzano esperando verla, pero su corazón no tenia paz, aquella situación lo atormentaba.
La joven con el pasar de los días desmejoraba y la preocupación les obligo a consultar a los médicos que luego de verla solo dijeron una palabra que nadie hubiese querido oír:
-Leucemia.- dijo con dolor el medico al tratarse de alguien tan joven.
Ese año el invierno se anticipo y llego con inusual rudeza, los sauces quedaron desnudos y todo amaneció cubierto de fina escarcha. Pedro no se doblegaba ante el frio, el dolor que le destrozaba el alma le obligaba a permanecer allí, debajo del viejo manzano, no perdía las esperanzas de verla o que alguien le dijera como estaba ella.
Y una mañana fría, la vida se le escapo a Katrina, dejando su cuerpo blanco, como la nieve revestido de una pureza incomparable, de belleza sin igual, parecía un ángel.
Cuando la luz del día inundo los alrededores, el párroco golpeo la puerta de la casa de los Rosemberg casi con desesperación, entro con el rostro desencajado.
-Padre, le avisaron ya de nuestra perdida.- le dijo la mujer vestida prolijamente de negro y el rostro lleno de lagrimas.
-No, Anastasia, me entere al llegar.- le respondió.
-Entonces, padre, como llego aquí tan temprano? –
-Un trabajador me busco por que encontró a Pedro, cubierto de escarcha, debajo del manzano.-
-Pedro…- murmuro la mujer sin atreverse a preguntar.
-Si, el también esta muerto… y lo curioso es que entre sus manos había un libro y una rosa…- hizo una pausa y prosiguió dudando de lo que iba a decir.
-…una rosa azul…- y un nudo de dolor le cerro la garganta y no pudo continuar.
Esa madrugada dos corazones habían dejado de latir, el profundo amor que los unía los había llevado juntos a la eternidad.
Y allí, en Los Sauces, fueron sepultados juntos, uno al lado del otro. Sus tumbas se convirtieron en una muestra de la incomprensión, el prejuicio y el desprecio, para aquellos que aun no comprenden que el amor no entiende de razones, diferencias sociales o culturales.
Los lazos que el amor crea, trascienden la eternidad.
Un grupo de ellos decidió permanecer juntos a fin de conservar sus costumbres, y así no olvidar su origen, razón de orgullo y nobleza de sangre de muchos de ellos.
Fundaron el pueblo en unas hectáreas junto a las márgenes de un arroyo cristalino y bordeado de sauces verdes y frondosos que se mecían armoniosamente con la brisa sureña.
A ambos márgenes del arroyo se levantaban las blancas casas, rodeadas de jardines prolijamente enrejados, con la mas diversa gama de rosales, jazmines y arboles frutales.
Para cruzar de un lado a otro del poblado habían construido un puente de madera con barandas bajas, este era constantemente atravesado por los habitantes ya que la iglesia estaba a uno de los márgenes. Ese era el lugar obligado de reunión para todos, no solo se hacían los cultos religiosos sino también todas las reuniones de carácter social.
Un día llego al pueblo un joven de unos dieciséis años, que viéndose huérfano busco un lugar donde trabajar y establecerse. Allí el cura lo había recibido y le había dado una pequeña cabaña donde vivir, también le ayudaba recomendándolo para algunos trabajos y así el podía mantenerse.
Como para todos el era un desconocido lo trataba con distancia y recelo, solo le encargaban tareas externas de limpieza, corte de leña, labores del campo y cuidado de animales.
El, era un joven de mucha voluntad, desde niño había aprendido a valerse por si mismo y era capaz de realizar las tareas mas diversas. Como trabajaba por las mañanas, dedicaba las tardes a la pesca, se lo solía ver llegar cargando una caña llena de pescados que vendía en el pueblo.
Ese verano, las hermanas Rosemberg, una viuda y la otra soltera, ambas cincuentonas, recibieron en su casa a una sobrina que había perdido trágicamente a sus padres. Ella había viajado desde el viejo continente para quedarse bajo la guarda de sus tías.
Un domingo, el destino tuvo en azar cruzar en el angosto puente a los dos jóvenes, ella apresurada no noto que frente a ella tenia a Pedro, tropezó con el sin verlo, levanto sus ojos y un raro titubeo la hizo permanecer un rato inmóvil.
El la observo detenidamente, tenia cabellos lacios dorados, largos, una mirada profunda de cielo en su rostro armonioso y delicado. era delgada y casi de su estatura. Ella se apuro y continúo su camino sin notar que había dejado caer a los pies de Pedro uno de los libros que llevaba en sus en delicada letra cursiva: Katrina.
Pensó en alcanzarla, pero le falto valor para correr tras ella, entonces, decidió conservarlo y esperar, sabia que la volvería a ver en algún momento y tendría la oportunidad de devolvérselo.
Y ese domingo la vio en la reunión de la iglesia pero no se atrevió a acercarse a ella por que estaba acompañada de sus tías, y ellas tenían una actitud muy seria y mirada despectiva. Dejo la idea de acercarse a ella y guardo el libro en un bolsillo.
Por las noches leía las paginas de aquel libro y pensaba si ella seria tan fría como sus tías, como reaccionaria si el intentaba hablarle. No conseguía apartar de su mente aquella mirada clara y brillante, ella lo había cautivado.
Una tarde, iba con su caña de pesca bordeando el arroyo cuando la vio, allí estaba, sentada sobre los pastos cortos, debajo de unas largas ramas de un joven sauce. Parecía absorta al contemplar el correr de las cristalinas aguas del arroyo, se acerco en silencio y cuando estaba junto a ella la saludo.
Al verse sorprendida ella se incorporo rápidamente y no le contesto, entonces el se apresuro a decir:
-Tengo su libro, lo recogí en el puente aquel día que tropezó conmigo en el puente. No he tenido oportunidad de devolvérselo, cuando usted me diga puedo alcanzárselo.-
-Gracias.- le respondió con timidez y un cierto acento, para el desconocido.
-Este es un lugar muy tranquilo, siempre vengo aquí a pescar.- dijo Pedro.
Como ella se mostraba incomoda Pedro prosiguió hablando:
-¿Vino de paseo o piensa quedarse?-
-Hasta ahora mis tías han decidido que debo quedarme aquí.- respondió ella sin levantar la mirada.
Hubo entre ellos un largo silencio y Pedro arrojo la línea al agua con carnada en el anzuelo.
-Hace un año que vivo aquí y aun no logro acostumbrarme, la gente no es muy acogedora, salvo el padre, los demás me tratan con mucha distancia. Con usted va a ser diferente, tiene familia aquí.-
Hizo una pausa y con voz suave continuo:
-La verdad, me hace mucha falta mi madre, ella era muy cálida y a pesar de las circunstancias, siempre estaba con una sonrisa en su rostro. La perdí hace un año y aun espero llegar un día a casa y sentir el aroma de su comida caliente sobre la estufa.-
Katrina lo miro y se encontró con sus ojos negros llenos de bondad, de pronto sintió confianza y se acerco y se sentó también junto a la orilla y le dijo:
-También perdí a mis padres, he vivido pupila en un colegio en Alemania hasta que concluí mis estudios.- hizo una pausa y agrego.
-Me llamo Katrina, mis tías mandaron por mí.-
-Leí su libro, es muy bueno, acá hay pocos y es difícil conseguirlos. Leo todo lo que cae en mis manos.- agrego Pedro con una sonrisa.
Siguieron conversando sin notar que aquella primera timidez había desaparecido y había surgido una mutua confianza entre ellos.
La línea en el agua comenzó a tirar entonces el se apresuro a sacar el pez del agua.
-Mira que grande es, será una buena cena.- le dijo el muchacho entusiasmado.
Ella sonrió y se levanto al recordar que ya debería estar en su casa.
-Debo irme, ya es tarde, nos veremos pronto.- se acerco y le dio un beso en la mejilla.
El entrecerró sus ojos mientras percibía un aroma suave y floral de su cabello. Sintió en su pecho que el corazón le latía rápidamente.
Ella se alejo y el la observo hasta verla desaparecer tras los frondosos sauces.
No pasaron muchos días sin que ellos volvieran a encontrarse, ella lo buscaba donde Pedro solía pescar. Lo saludo y se sentó a su lado, le había traído un libro.
-Como le gusta leer, creí que le gustaría tenerlo, cuando aprendí este idioma compre varios para practicar y este me gusto mucho.- le comento entregándolo en sus manos.
Aunque las diferencias culturales y sociales eran muy notorias entre ellos, eso no impidió que sugiera entre ellos una química especial. Sus charlas eran cada vez mas frecuentes y la amistad crecía día a día, al parecer sus espíritus se comprendían perfectamente.
A veces, el tiempo no les alcanzaba para hablar y otras solo se quedaban en silencio, como si no necesitaran de palabras para comprenderse.
Desde entonces, se sucedieron los encuentros, compartiendo charlas, lecturas y momentos de risas. Pedro disfrutaba de la gracia que tenia el acento en la voz de Katrina.
Los días pasaron rápidamente con la vertiginosidad propia de la juventud, y así, el verano dejando en ellos un sincero y profundo amor.
Vivian esperando el momento de verse, no podían pasar mucho tiempo separados y como todo lo que es hermoso no puede ocultarse por mucho tiempo no falto quien le informara de esa situación a las tías de Katrina.
Una nube negra de acontecimientos se poso sobre la joven pareja. Aquella amistad no fue consentida y la incomprensión se sumo a los prejuicios que llevaron a tomar una drástica medida para terminar con la relación que al parecer de aquellas mujeres solo perjudicaba a la joven y su familia.
Katrina fue recluida y no le permitían salir de la casa, allí la depresión y la angustia se apodero del alma tierna y la joven se encerró en su habitación. Pasaba largas horas sentada frente a la ventana, con la mirada perdida donde Pedro solía esperarla, debajo de añejo y frondoso manzano.
El párroco hablo duramente con el joven, tratando de hacerle comprender que las tías de la joven eran las responsables de ella y debía aceptar la decisión que habían tomado por el bien de ella.
Le menciono cada una de las diferencias que los separaban, que ella tenia un destino muy diferente del que Pedro podría jamás ofrecerle.
El, no comprendía aquello pues nunca había notado alguna diferencia entre ellos. Los pensamientos se agolpaban en su mente y en su pecho un dolor crecía como un rio e inundaba su alma incapaz de comprender lo que estaba pasando.
El comentario de aquella relación fue conocida por todos, y muchos creyeron que la situación era muy inconveniente, y dejaron de darle trabajo creyendo que así lo obligarían a dejar el pueblo.
El otoño llego cargado de días grises y eternas tardes de lloviznas que hacían que el paisaje se vistiera de una profunda melancolía, mas aun, en aquellos que sufrían una separación forzada.
En esos días una dolencia obligo a Katrina a permanecer en cama, mientras Pedro empezó a desesperarse al notar la ausencia de ella en la ventana y solía pasar largas horas debajo del manzano esperando verla, pero su corazón no tenia paz, aquella situación lo atormentaba.
La joven con el pasar de los días desmejoraba y la preocupación les obligo a consultar a los médicos que luego de verla solo dijeron una palabra que nadie hubiese querido oír:
-Leucemia.- dijo con dolor el medico al tratarse de alguien tan joven.
Ese año el invierno se anticipo y llego con inusual rudeza, los sauces quedaron desnudos y todo amaneció cubierto de fina escarcha. Pedro no se doblegaba ante el frio, el dolor que le destrozaba el alma le obligaba a permanecer allí, debajo del viejo manzano, no perdía las esperanzas de verla o que alguien le dijera como estaba ella.
Y una mañana fría, la vida se le escapo a Katrina, dejando su cuerpo blanco, como la nieve revestido de una pureza incomparable, de belleza sin igual, parecía un ángel.
Cuando la luz del día inundo los alrededores, el párroco golpeo la puerta de la casa de los Rosemberg casi con desesperación, entro con el rostro desencajado.
-Padre, le avisaron ya de nuestra perdida.- le dijo la mujer vestida prolijamente de negro y el rostro lleno de lagrimas.
-No, Anastasia, me entere al llegar.- le respondió.
-Entonces, padre, como llego aquí tan temprano? –
-Un trabajador me busco por que encontró a Pedro, cubierto de escarcha, debajo del manzano.-
-Pedro…- murmuro la mujer sin atreverse a preguntar.
-Si, el también esta muerto… y lo curioso es que entre sus manos había un libro y una rosa…- hizo una pausa y prosiguió dudando de lo que iba a decir.
-…una rosa azul…- y un nudo de dolor le cerro la garganta y no pudo continuar.
Esa madrugada dos corazones habían dejado de latir, el profundo amor que los unía los había llevado juntos a la eternidad.
Y allí, en Los Sauces, fueron sepultados juntos, uno al lado del otro. Sus tumbas se convirtieron en una muestra de la incomprensión, el prejuicio y el desprecio, para aquellos que aun no comprenden que el amor no entiende de razones, diferencias sociales o culturales.
Los lazos que el amor crea, trascienden la eternidad.
Última edición por Victor E. Alonso Alvarez el Jue Feb 24, 2011 12:10 am, editado 1 vez (Razón : Altamente Recomendado por Moderador)
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