La espera finita

Bien elegante se ha arreglado el Don
pues hoy es su sexagésimo año de vida
y va una vez mas al encuentro de su querida.
Asistirá a aquella cafetería donde por primera vez se encontraron.

Llega y toma asiento en la misma mesa de todos los días.
La mesera le pregunta si desea lo mismo de siempre,
el cafe de ella con crema y el de el negrito y caliente.
El asienta y suspira con melancolía.

Tomó su café con toda la calma
pero una vez mas, el café con crema se había enfriado.
Se levanta como de costumbre desilusionado,
pero esta vez una nota dejo en la mesa aquel alma.

La mesera aturdida tomo la nota
y con cierta incomodidad decidió leerla
rogando en su mente que no fuera a sorprenderla.
Pero ella fue humedeciendo aquella nota, gota a gota.

Y decía:

“Amada mía porque me haces esto
Si yo a ti nunca mal te he obrado.
Aquí estoy yo tan abandonado.
Estoy seguro que esto no lo merezco.

Mas ya después de treinta años
He esperado con paciencia día a día en aquella cafetería.
Asistía fielmente pensando que llegarías
y besarías mi boca como en aquellos tiempos de antaño

Hoy al fin he decidido perderte,
más no porque quiero, sino porque muero.
La soledad me ha matado, y sin importar ningún ruego,
hoy una vez mas me he marchado sin poder verte

Hasta nunca mi vida, hasta siempre.
Mi amor siempre fue fiel a ti mi amada,
mas ahora todo se ha convertido en nada.
Ya mi vida ha llegado a su diciembre”...

La mesera sin palabras y abrumada
Se encogió del alma y sus ojos ni movía
de aquella carta en la cual aquel señor moría.
Suspiró y dijo: “Nunca supero la muerte de su amada”