Mi padre
Claro que no fue poeta,
se dedicó a criar cuatro hijos con su esfuerzo,
a jugar a la pelota los domingos,
a podar y regar los árboles del patio.
Se dedicó a esperar que las cosas mejoraran,
a soñar despierto, a guardarse sus angustias,
a ser mano de challa con todos sus amigos,
a llevarme en bicicleta hasta la escuela,
a no ser muy cariñoso, a estar ausente,
a llevar cada cumpleaños unas flores a su madre,
y de paso a mi abuelo, enterrado en el mismo cementerio.
Claro que lecturas hizo pocas,
salvo en los surcos de la tierra o de sus sienes o en las nubes,
pudiendo predecir lluvias y brotes
y el gesto necesario ante la rabia o la tristeza.
Me dio a mi libros y silencios y soldados,
me hizo vivir en una casa con sus mismas grietas y estatura,
con rincones en veranos frescos para la caricia
y glaciales en invierno como los años que vendrían.
Nunca sabré qué tanto orgullo provocamos
con nuestros juegos y nuestras existencias,
le dimos nietos y ausencias y regresos,
y fuimos duros con él como los jueces del castillo.
Pero lo amamos a pesar de resistirse,
de resistirnos a admitir que sin él serlo
la poesía vino de él hasta mis labios
y hasta estos labios en que mi hijo me pregunta
quién fue su abuelo que es claro que no fue poeta.
11 05 10
Claro que no fue poeta,
se dedicó a criar cuatro hijos con su esfuerzo,
a jugar a la pelota los domingos,
a podar y regar los árboles del patio.
Se dedicó a esperar que las cosas mejoraran,
a soñar despierto, a guardarse sus angustias,
a ser mano de challa con todos sus amigos,
a llevarme en bicicleta hasta la escuela,
a no ser muy cariñoso, a estar ausente,
a llevar cada cumpleaños unas flores a su madre,
y de paso a mi abuelo, enterrado en el mismo cementerio.
Claro que lecturas hizo pocas,
salvo en los surcos de la tierra o de sus sienes o en las nubes,
pudiendo predecir lluvias y brotes
y el gesto necesario ante la rabia o la tristeza.
Me dio a mi libros y silencios y soldados,
me hizo vivir en una casa con sus mismas grietas y estatura,
con rincones en veranos frescos para la caricia
y glaciales en invierno como los años que vendrían.
Nunca sabré qué tanto orgullo provocamos
con nuestros juegos y nuestras existencias,
le dimos nietos y ausencias y regresos,
y fuimos duros con él como los jueces del castillo.
Pero lo amamos a pesar de resistirse,
de resistirnos a admitir que sin él serlo
la poesía vino de él hasta mis labios
y hasta estos labios en que mi hijo me pregunta
quién fue su abuelo que es claro que no fue poeta.
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