Tu cuerpo llagado derramando vida,
esa pérdida roja, irremediable y caliente,
y tu actitud de cómoda resignación,
me recuerda al Paraguay de esos días:
Una sola voz, aburridamente tirana,
lapidaba, sentenciaba, promulgaba,
todos los destinos, todas las leyes.
Y la gente impotente.
Un solo nombre, mixtura gringa,
para toda diversa cosa. Cuántas polkas,
cuántos padrinos eran él.
Y la gente indignada.
Una sola figura, exasperadamente gringa,
para todos los actos, carteles y fotos.
Y la gente asqueada.
¡Carajo todo era él!,
él y sus secuaces
binomiales, trinomiales, cuatrinomiales,
¡animales!
El país resignadamente abierto, llagado,
se iba en sangre,
y a él, y a ellos, no les importaban,
tampoco les daba asco,
igual se lo comían.
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