(Poesía para Flavia)
Perdido
Estoy perdido sin ti.
Estoy perdido sin la blancura homogénea de tu claro amable,
sin la textura corporal de tu sigilo… Sólo es eso? No.
Exacto a la negación de nuestras heterogeneidades, suplico a la noche que me cambie por una estrella tardía… La última? No.
Tal vez mi voz está rota, ó mi espíritu muy indecentemente armado.
Soy un destello de un poeta que lo ha olvidado… Que lo ha dejado ir para siempre en el vacío.
Nada sin nombre, quizá. Sólo saber que todo ocupa la misma mente, el mismo cuerpo ingenio,
La misma trova, saldrá de algún lugar al amanecer, tal vez de otra neurona, para replicarme lo mismo.
Tal vez he sido un jardinero muy infiel a toda flor.
Tal vez perdí. Perdí tu nombre en las acequias de la soledad. Tal vez vi llover; y peregrinar a otros brazos inciertos, no lo sé…
Tal vez sólo escuché ruidos al amanecer y me despertaron de la ciénaga a donde perdía mi equilibrio fantasmal.
Ó tal vez fui un monstruo. Ó el donador espacial de un circo lleno de piruetas invisibles, en la cuna de un barco, ó en el atropello ciego de la locura de la calle, que me devoraba, mientras perdía tu miel en las arenas de una tarde reclinada de oro mustio, y devorada por los demonios…
Tal vez, fui eso y nada más.
Tal vez un sólo instante reluciente, en la boca de la noche.
Pero no aprendí a besarte.
Pero no aprendí a soñarte.
Sólo es, este cabizbajo atardecer de refucilo delgado pero hiriente, el que mi clámide perpetúa, para ti, para tu misterio embelesado.
Tal vez, sólo soy un muñeco transparente de angustia y de pecado, de sopor y plegaria donde se anida la noche cautiva tal vez, tal vez, de una sola respuesta.
Tal vez perdí el dolor más intenso de una flor lasciva. Que hería como puñales, y no la vi, no la vi perderse, la seguí, la cuidé, mientras se moría en el cercano abismo de mi soledad,
como un atavío errante y sin fortuna, ya, pero que me trastrocó en agua bendita para una sola acción enamorada, apasionada.
Tal vez la lluvia se percató de esa sutileza divina, e intentó blasfemarme con estrellas que bifurcaron la noche, en asedio,
Tal vez fui el cristo que amaneció de mis propias ruinas, y nadie lo supo jamás, nadie contempló de mi Tesoro, en una infancia, ó en un Quijote térmico.
Tal vez, eso fui.
Tal vez, eso perdí.
Tal vez, eso gané.
Sin ver, para qué. Sin saber por qué, esa fue también mi voluntad aterradora. En que la di, a los otros, vencido.
Perdóname, si mi color te espanta. Si la ruina de mi bosque, no te gusta.
Perdóname, si extingo mi silencio en tus palabras. Ó en tu silencio.
He visto pocos amaneceres, pero demasiados resplandores.
Sólo concédeme unas palabras de paz. De tiempo indefinido en la locura. Que calme este océano desnudo.
Tal vez tu sombra. Ó la desnudez de tu alma. No es mucho pedir, si lo piensas.
Prometo bien cuidar la flor que me des. Seré su jardinero fiel. Por siempre, la cuidaré.
Y beberé el aire natal del cielo, cuando amanezcan nuestros corazones.
Tú eres un Sol, que alimenta ese jardín, esas colinas bienamadas.
Y tú eres la sombra, de tus noches estrelladas.
Déjame ser tu candil, en la oscuridad.
Así, sabrás de mi luz, de mi calor, de lo que tengo para entregarte, de lo que llevo dentro.
Tal vez sea para ti. Nunca pregunto, por el Misterio.
Alejandro Rodrigo Flagel
Perdido
Estoy perdido sin ti.
Estoy perdido sin la blancura homogénea de tu claro amable,
sin la textura corporal de tu sigilo… Sólo es eso? No.
Exacto a la negación de nuestras heterogeneidades, suplico a la noche que me cambie por una estrella tardía… La última? No.
Tal vez mi voz está rota, ó mi espíritu muy indecentemente armado.
Soy un destello de un poeta que lo ha olvidado… Que lo ha dejado ir para siempre en el vacío.
Nada sin nombre, quizá. Sólo saber que todo ocupa la misma mente, el mismo cuerpo ingenio,
La misma trova, saldrá de algún lugar al amanecer, tal vez de otra neurona, para replicarme lo mismo.
Tal vez he sido un jardinero muy infiel a toda flor.
Tal vez perdí. Perdí tu nombre en las acequias de la soledad. Tal vez vi llover; y peregrinar a otros brazos inciertos, no lo sé…
Tal vez sólo escuché ruidos al amanecer y me despertaron de la ciénaga a donde perdía mi equilibrio fantasmal.
Ó tal vez fui un monstruo. Ó el donador espacial de un circo lleno de piruetas invisibles, en la cuna de un barco, ó en el atropello ciego de la locura de la calle, que me devoraba, mientras perdía tu miel en las arenas de una tarde reclinada de oro mustio, y devorada por los demonios…
Tal vez, fui eso y nada más.
Tal vez un sólo instante reluciente, en la boca de la noche.
Pero no aprendí a besarte.
Pero no aprendí a soñarte.
Sólo es, este cabizbajo atardecer de refucilo delgado pero hiriente, el que mi clámide perpetúa, para ti, para tu misterio embelesado.
Tal vez, sólo soy un muñeco transparente de angustia y de pecado, de sopor y plegaria donde se anida la noche cautiva tal vez, tal vez, de una sola respuesta.
Tal vez perdí el dolor más intenso de una flor lasciva. Que hería como puñales, y no la vi, no la vi perderse, la seguí, la cuidé, mientras se moría en el cercano abismo de mi soledad,
como un atavío errante y sin fortuna, ya, pero que me trastrocó en agua bendita para una sola acción enamorada, apasionada.
Tal vez la lluvia se percató de esa sutileza divina, e intentó blasfemarme con estrellas que bifurcaron la noche, en asedio,
Tal vez fui el cristo que amaneció de mis propias ruinas, y nadie lo supo jamás, nadie contempló de mi Tesoro, en una infancia, ó en un Quijote térmico.
Tal vez, eso fui.
Tal vez, eso perdí.
Tal vez, eso gané.
Sin ver, para qué. Sin saber por qué, esa fue también mi voluntad aterradora. En que la di, a los otros, vencido.
Perdóname, si mi color te espanta. Si la ruina de mi bosque, no te gusta.
Perdóname, si extingo mi silencio en tus palabras. Ó en tu silencio.
He visto pocos amaneceres, pero demasiados resplandores.
Sólo concédeme unas palabras de paz. De tiempo indefinido en la locura. Que calme este océano desnudo.
Tal vez tu sombra. Ó la desnudez de tu alma. No es mucho pedir, si lo piensas.
Prometo bien cuidar la flor que me des. Seré su jardinero fiel. Por siempre, la cuidaré.
Y beberé el aire natal del cielo, cuando amanezcan nuestros corazones.
Tú eres un Sol, que alimenta ese jardín, esas colinas bienamadas.
Y tú eres la sombra, de tus noches estrelladas.
Déjame ser tu candil, en la oscuridad.
Así, sabrás de mi luz, de mi calor, de lo que tengo para entregarte, de lo que llevo dentro.
Tal vez sea para ti. Nunca pregunto, por el Misterio.
Alejandro Rodrigo Flagel
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