¡Por fin me lo dijeron!
Y, aunque yo, por mi cuerpo lo sabía,
creí morir; mas luego,
pasado el triste día,
algo cambió mi ser y fui de nuevo.
Nunca he sido valiente.
Y sin embargo ¡ahora! Quien lo diría...
Tan cerca de la muerte,
me sobra valentía
para mirar a ésta frente a frente.
Quizá he sido ungida,
y a un tiempo con los clavos del dolor,
Dios me entregó a escondidas
la fuerza y el valor
que luzco en este tramo de mi vida.
No quiero ser pedante.
Ni despertar blandengues compasiones.
Mi verso, aunque punzante,
hecho está de emociones
que quiero compartir en este instante.
El mal sigue su curso inexorable,
y a pesar de que lucho con denuedo,
sucederá al final lo inevitable.
¡Por más saja, más droga, o más desvelos!
Por los que sufren a la par conmigo,
más que por mí, lo siento yo de veras;
ya que al no ver la luz de mi camino,
les es incomprensible que yo muera.
Llevados por su afán de retenerme,
en mentiras piadosas se prodigan,
no queriendo aceptar, como yo acepto,
que la muerte forma parte de la vida.
Me aconsejan que no me desanime.
Que en la ciencia confíe con esperanza.
Que jamás, en mi tedio determine
renunciar, como quiero, a mi terapia.
¡Que debo ser valiente!
Me repite el doctor constantemente.
Que sea una enferma buena.
Que soporte en mi cuerpo con coraje
las drogas, lo vendajes,
así como las pruebas más extremas.
Yo pregunto serena
-¿Más buena aún, doctor…?-
-Pues sí, hija, aún más buena;
piensa que aún no hemos llegado a lo peor.-
Me mira compasivo, y luego dice:
que la ciencia prepara nuevas buenas,
en contra de este mal que hoy me derrite
la sangre que aún circula por mis venas.
Mi marido le cree, y a mí se abraza.
Yo escucho sus palabras en silencio,
y reprimo el dolor que me atenaza,
con tal de no causarle sufrimiento.
Pero sé que el camino está trazado,
y que tarde o temprano he de partir;
por más que mi partida pueda herir
a aquellos que me brindan sus cuidados.
Ellos creen que me siento desgraciada.
¡No admiten el que yo esté preparada!
Sin miedo ni tristeza espero el día,
y como el tiempo malgastar no puedo,
mientras la ciencia sigue en su porfía,
preparo mi equipaje con sosiego.
Sin miedo ni tristeza espero el día,
disfrutando la vida cuanto puedo;
ya que tubo la amable cortesía
de avisarme, el que es dueño, que vendría
el racimo a cortar de su viñedo.
No me hallará llorando,
la que viene en su nombre presurosa
racimos vendimiando;
pues, sé que será hermosa
la dicha que al final me está esperando.
El fruto, ya maduro,
presiente del lagar la efervescencia,
donde todo lo impuro
quedará, pero la esencia
renacerá en la cepa del futuro.
No puede, esa señora,
que tibias colecciona y calaveras,
erguirse en triunfadora
de algo que es de veras
¡El templo donde el ser supremo mora!
Recaredo.
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