Mal de otoño
Hay un olor a cebolla en la ciudad,
a pájaro insepulto, a cenicero,
a lágrima podrida entre los labios,
a estatua que abandona el sanitario,
a boca ya marchita en el silencio,
a la húmeda verdad del abandono.
En ráfagas, en formulas, en bandos,
así se extiende el manto corrosivo,
por patios, por palacios, en iglesias,
en pliegues del mejor libro de cantos
y en cada pata coja de los bares de la noche
y en cada amanecer que, cual la rosa, nos marchita,
sin permitir hallar la salida al laberinto..
Se trata de un dolor sin titulares,
de un tráfico de vidas que se oxidan,
que ejercen su función, creando clavos,
pero que mueren al volver sin pan a casa.
Se extiende el porvenir como una sombra,
o un perro que sí muerde cuando ladra,
en calles que no dan a plaza alguna
y en leyes que no sirven ni de adorno,
el más fuerte ya tiene sus ahorros en la luna,
su viaje a otra galaxia cuando estalles,
planeta mal cortado por el hambre,
celeste soledad de la tercera
morada en que los sueños se disuelven
y en que cada habitante es poco menos ya que pieza inútil.
Por eso, estupefacto, huelo a lodo,
a especias de la muerte, a sanguinarios
venablos que nos clavan el recuerdo,
la fuerza, la alegría, el taciturno
ensueño en que otro mundo era posible,
y alguna multitud en que encontrarnos,
y alguna que otra rosa no infectada
y que poder oler y amar y repartirles,
si no para alcanzar el bien de todos,
para al menos simular que estamos vivos
y que esto que se pudre es nuestra espera
y no la propia rabia que nos parte
y que nos hace oler el fin del acto
en cada vastedad de la ciudad que nos derrota.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
09 04 14
Hay un olor a cebolla en la ciudad,
a pájaro insepulto, a cenicero,
a lágrima podrida entre los labios,
a estatua que abandona el sanitario,
a boca ya marchita en el silencio,
a la húmeda verdad del abandono.
En ráfagas, en formulas, en bandos,
así se extiende el manto corrosivo,
por patios, por palacios, en iglesias,
en pliegues del mejor libro de cantos
y en cada pata coja de los bares de la noche
y en cada amanecer que, cual la rosa, nos marchita,
sin permitir hallar la salida al laberinto..
Se trata de un dolor sin titulares,
de un tráfico de vidas que se oxidan,
que ejercen su función, creando clavos,
pero que mueren al volver sin pan a casa.
Se extiende el porvenir como una sombra,
o un perro que sí muerde cuando ladra,
en calles que no dan a plaza alguna
y en leyes que no sirven ni de adorno,
el más fuerte ya tiene sus ahorros en la luna,
su viaje a otra galaxia cuando estalles,
planeta mal cortado por el hambre,
celeste soledad de la tercera
morada en que los sueños se disuelven
y en que cada habitante es poco menos ya que pieza inútil.
Por eso, estupefacto, huelo a lodo,
a especias de la muerte, a sanguinarios
venablos que nos clavan el recuerdo,
la fuerza, la alegría, el taciturno
ensueño en que otro mundo era posible,
y alguna multitud en que encontrarnos,
y alguna que otra rosa no infectada
y que poder oler y amar y repartirles,
si no para alcanzar el bien de todos,
para al menos simular que estamos vivos
y que esto que se pudre es nuestra espera
y no la propia rabia que nos parte
y que nos hace oler el fin del acto
en cada vastedad de la ciudad que nos derrota.
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