Era un río nacido entre montañas; alegre, cantarino y de aguas cristalinas; que, posteriormente, recorrió variados paisajes hasta que llegó al desierto y ahí, por más esfuerzo que hacía, no lograba avanzar pues las arenas absorbían sus aguas y su curso se hizo cada vez más lento (su anhelo era llegar al mar y sumergirse en su seno).
Tras mucho trabajo infructuoso, sintió una voz que surgía de la arena que le decía: déjate llevar por el viento, abandónate a él y confía. Si abandonas tu intento solo podrás ser un pantano, solo agua estancada y perderás la belleza del discurrir.
Entonces el río recordó cómo en su pasado montañés, en cierto momento, parte de él se convertía en nube que, arrastrada por el viento, terminaba descargándose como lluvia bienhechora regando sembradíos e incrementando su propio caudal. Decidió así, abandonarse al viento y, de esta manera, pudo llegar al mar y en sus aguas fundirse.
Y así, cómo el río, el Hombre pasa diferentes vicisitudes hasta que desarrolla suficiente sabiduría para descubrir el secreto de una vida plena; el abandonarse y confiar, entregándose a las contingencias existenciales y, finalmente, poder abandonarse a la serenidad de la muerte.
Tras mucho trabajo infructuoso, sintió una voz que surgía de la arena que le decía: déjate llevar por el viento, abandónate a él y confía. Si abandonas tu intento solo podrás ser un pantano, solo agua estancada y perderás la belleza del discurrir.
Entonces el río recordó cómo en su pasado montañés, en cierto momento, parte de él se convertía en nube que, arrastrada por el viento, terminaba descargándose como lluvia bienhechora regando sembradíos e incrementando su propio caudal. Decidió así, abandonarse al viento y, de esta manera, pudo llegar al mar y en sus aguas fundirse.
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