Un canto para el tiempo

Un canto para el tiempo

No pierdas tiempo, tiempo, sin ti igual muero,
igual vivo y canto y saco cuentas
y abrazo tu calvicie y tus pantuflas
y duermo entre tus brazos cada noche.
Mejor vienes conmigo, abres la puerta
y sales a brindar con la mañana y el rocío,
mejor nos sacudimos la tierra del zapato
y echamos a volar sobre las torres y las flores.
No pierdas, buen reloj, la libertad de los que cantan,
del niño que atrapó una mariposa en las pupilas,
en tanto la ciudad se vio atrapada por las sombras
y el hombre y la mujer por sus rutinas más odiadas.
Vayamos yo no sé, a la eternidad de los segundos
en que ese beso nos marcó o esa partida sin regreso,
en que una lágrima cayó o fue un abrazo que aún perdura,
pero que, sea como sea, habitará siempre en nosotros.
Vayamos pues, reloj, no al infinito de tu esfera
sino a las pausas en que amar se volvió carne en tu rutina
y aquellos padres nos hablaron del futuro presumible
y aquel amigo en bicicleta oyó la historia loca y triste
de un viejo corazón de impúber pecho y largos sueños
y aquellas que te amaron aún conservan
la carta que temblando tú escribiste aquella tarde.
Luego, luego, luego se fue todo,
los años como alud entre las venas,
los días cual cristal de un vaso roto,
las noches con su harem de pesadillas,
la vida como un pan que muere de hambre.
Por eso vámonos con los recuerdos,
con el presente por vivir, con el mañana
que aguarda, aguarda en cada corazón que late y pulsa,
no como carga, sino cual alada estrella
en que dejar la primavera de estos huesos,
la sola libertad de no ser tiempo,
sino latir y amar en cada vuelta de la esfera.

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02 05 13