Himno a Mendoza

¡Ahí vienen los huarpes,
paladines del desierto!
Lanzan gritos que,
como flechas,
rasgan el aire y se clavan en los cerros,
mientras la agreste montaña andina
nos devuelve el eco.
¡Raza tenaz, adoradora de Hunuc Huar,
del sol, la luna y el lucero del alba,
heredera del Alto Perú!
Por el Camino del Inca llegaron
sus hermanos a estas inmensas
soledades que despiertan temor impío,
mezclando su sangre
y esfuerzo con el pueblo nativo.
Todos ellos dejaron su simiente en este páramo,
construyeron acequias y esperaron,
resignados, el milagro del agua…
¡Y el inmenso arenal se transformó!
Primero fue el algarrobo;
luego el maíz, la quinoa, el zapallo.
Manos rudas y callosas tejieron,
con infinita paciencia,
canoas que surcaron
las lagunas de Guanacache;
también cestas, ponchos y jergones.

¡Mendoza,
territorio cuyano de otoño dorado,
de paisaje profundo e indómito,
de trabajo compartido
bajo la inclemencia diaria del sol!
¡Cuánta admiración
despierta tu horizonte infinito!

A estos parajes llegó San Martín,
héroe que provenía de la lejana madre patria,
con sueños libertarios para nuestro país.
Un ejército atravesaría la cordillera
para liberar primero Chile y luego Perú.
Un pueblo pleno de fervor patrio le respondió
reuniendo un grupo numeroso
de valerosos hombres que,
con sacrificio más que humano,
cruzó cumbres de nieves eternas
para luchar en suelo chileno.

Pasaron años…
manos de inmigrantes
buscadores de paz y trabajo,
con gran esfuerzo,
obtuvieron de la tierra ahora fecunda
la vid y su elixir espirituoso,
el vino, creador de riqueza
y una fiesta nacional, la Vendimia.

Mendoza:
¡Qué bello es tu paisaje
de imponentes cerros azules
con picos cubiertos de blancas mortajas
y, entre ellos, volcanes que lanzan
bocanadas de fuego y hacen bramar el suelo!
¡Qué majestuoso límite a la soberbia humana!