Las luces en el cielo
La infernal cohetería acalló el seco estampido del disparo, que resonó por un instante en sus oídos. Aun confundido y un tanto mareado a causa del estruendo producido por el arma, miró hacia el cielo, donde decenas de estelas ascendían velozmente hasta estallar en miles de coloridas lucecitas que morían casi al instante de haber nacido.
De eso se trata todo, pensó.
– El nacimiento y la muerte son dos puntos de un corto recorrido que parece no tener sentido, un brevísimo trayecto en la inmensidad del espacio-tiempo que, tal como las lucecitas rojas que se desvanecen en la nada tan solo segundos después de haber nacido, es solo un minúsculo suspiro apenas perceptible, el pestañeo de los ojos que oyen un estruendo.
Guardó el arma y dirigió la mirada hacia la sangre que manaba del orificio en el pecho de un hombre que, tirado en el suelo y con los ojos desmesuradamente abiertos, parecía contemplar extasiado los fuegos artificiales que estallaban en la noche y surcaban el cielo en todas direcciones, como quien por no saber hacia donde dirigir la mirada puede verlo todo.
– No son más que pequeñas lucecitas que nacen y mueren, todo se trata del tiempo interactuando con el espacio, partículas de un punto en el libro inconmensurable de la historia del universo, otro nombre que borrar de mi lista, tan solo uno más que debía morir, como mueren esas lucen en el cielo y como yo mismo he de morir en algún momento determinado.
Recogió el casquillo, buscó en los bolsillos del hombre hasta dar con la llave y se la guardó. Luego, con el paso lento y sin dejar de observar las luces en el cielo, se encaminó hacia la escalera y bajó a la calle, mezclándose al fin con la gente que despedía el año de forma estruendosa.
No pudo ver el nacimiento de aquella luz, un fogonazo que brotó a su espalda y le hizo sentir un frío intenso recorrer todo su cuerpo. Durante unos instantes desesperados contempló el cielo buscando la estela de luz, pero cayó de rodillas sobre la acera, luego su cara golpeó el pavimento y aquel fuego que lo atravesó de lado a lado fue a morir incrustado en una pared.
– De eso se trata todo, pensó por última vez–, y mientras alguien revisaba sus bolsillos, cerró los ojos y se quedó contemplando aquella oscuridad impenetrable que, curiosamente, parecía estar formada por pequeños puntitos que semejaban luces en el cielo.
* * * * * * *
La infernal cohetería acalló el seco estampido del disparo, que resonó por un instante en sus oídos. Aun confundido y un tanto mareado a causa del estruendo producido por el arma, miró hacia el cielo, donde decenas de estelas ascendían velozmente hasta estallar en miles de coloridas lucecitas que morían casi al instante de haber nacido.
De eso se trata todo, pensó.
– El nacimiento y la muerte son dos puntos de un corto recorrido que parece no tener sentido, un brevísimo trayecto en la inmensidad del espacio-tiempo que, tal como las lucecitas rojas que se desvanecen en la nada tan solo segundos después de haber nacido, es solo un minúsculo suspiro apenas perceptible, el pestañeo de los ojos que oyen un estruendo.
Guardó el arma y dirigió la mirada hacia la sangre que manaba del orificio en el pecho de un hombre que, tirado en el suelo y con los ojos desmesuradamente abiertos, parecía contemplar extasiado los fuegos artificiales que estallaban en la noche y surcaban el cielo en todas direcciones, como quien por no saber hacia donde dirigir la mirada puede verlo todo.
– No son más que pequeñas lucecitas que nacen y mueren, todo se trata del tiempo interactuando con el espacio, partículas de un punto en el libro inconmensurable de la historia del universo, otro nombre que borrar de mi lista, tan solo uno más que debía morir, como mueren esas lucen en el cielo y como yo mismo he de morir en algún momento determinado.
Recogió el casquillo, buscó en los bolsillos del hombre hasta dar con la llave y se la guardó. Luego, con el paso lento y sin dejar de observar las luces en el cielo, se encaminó hacia la escalera y bajó a la calle, mezclándose al fin con la gente que despedía el año de forma estruendosa.
No pudo ver el nacimiento de aquella luz, un fogonazo que brotó a su espalda y le hizo sentir un frío intenso recorrer todo su cuerpo. Durante unos instantes desesperados contempló el cielo buscando la estela de luz, pero cayó de rodillas sobre la acera, luego su cara golpeó el pavimento y aquel fuego que lo atravesó de lado a lado fue a morir incrustado en una pared.
– De eso se trata todo, pensó por última vez–, y mientras alguien revisaba sus bolsillos, cerró los ojos y se quedó contemplando aquella oscuridad impenetrable que, curiosamente, parecía estar formada por pequeños puntitos que semejaban luces en el cielo.
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