[center] Canto I
A vosotros ¡Oh hombres de buena voluntad!
Y a vosotros, los que aún no habéis perdido
la confianza de serlo, a vosotros os hablo.
Y, con la esperanza de que mi voz no
se pierda en el fragor de la tormenta,
os hablo con mi corazón.
Mi corazón, hermanado al vuestro,
a través de una misma sangre que a todos
nos da vida.
Sabed que mi lengua sólo será la voz
de vuestros pensamientos; de vuestros
pensamiento desordenados que, muchos
de vosotros no atináis a desenmarañar.
No os culpo por ello; pues sé que no es fácil
acceder al interior de la conciencia,
en este marasmo de ideas inconexas,
donde hoy nos movemos a velocidades
de vértigo.
Un vértigo que nos impide pensar,
y nos va sumergiendo en la modorra
soñolienta que lentamente nos anula
los sentidos.
Nos sería cómodo dejarnos arrastrar
por esta placentera oleada de nulas
sensaciones, si algo no gritara en nuestro
interior advirtiéndonos del peligro
que corremos.
Aún así, muchos son los que desoyendo
la advertencia se dejan arrastrar hacia
las sombras y mueren si haber vivido.
¡Qué triste, hermanos míos! Porque, si en verdad
fuera éste nuestro destino… os pregunto
¿Se hubiera tomado el creador tantas
molestias en nuestro diseño…?
Mas, ¡ay! Que no he venido para hablaros
de metafísica; pues, todavía no
estamos preparados para conocer
la verdadera esencia de la idea,
sino que he venido para hablaros de
esta realidad tangible, asesina
de nuestra esperanza.
Si os interesa pondré más; si no, ya he dicho bastante.
A vosotros ¡Oh hombres de buena voluntad!
Y a vosotros, los que aún no habéis perdido
la confianza de serlo, a vosotros os hablo.
Y, con la esperanza de que mi voz no
se pierda en el fragor de la tormenta,
os hablo con mi corazón.
Mi corazón, hermanado al vuestro,
a través de una misma sangre que a todos
nos da vida.
Sabed que mi lengua sólo será la voz
de vuestros pensamientos; de vuestros
pensamiento desordenados que, muchos
de vosotros no atináis a desenmarañar.
No os culpo por ello; pues sé que no es fácil
acceder al interior de la conciencia,
en este marasmo de ideas inconexas,
donde hoy nos movemos a velocidades
de vértigo.
Un vértigo que nos impide pensar,
y nos va sumergiendo en la modorra
soñolienta que lentamente nos anula
los sentidos.
Nos sería cómodo dejarnos arrastrar
por esta placentera oleada de nulas
sensaciones, si algo no gritara en nuestro
interior advirtiéndonos del peligro
que corremos.
Aún así, muchos son los que desoyendo
la advertencia se dejan arrastrar hacia
las sombras y mueren si haber vivido.
¡Qué triste, hermanos míos! Porque, si en verdad
fuera éste nuestro destino… os pregunto
¿Se hubiera tomado el creador tantas
molestias en nuestro diseño…?
Mas, ¡ay! Que no he venido para hablaros
de metafísica; pues, todavía no
estamos preparados para conocer
la verdadera esencia de la idea,
sino que he venido para hablaros de
esta realidad tangible, asesina
de nuestra esperanza.
Si os interesa pondré más; si no, ya he dicho bastante.
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