Ocaso
Un pañuelo cayó en el horizonte
era blanco, era rojo, era demasiado tarde para seguirlo ondeando,
sólo el mar movía sus mandíbulas
e intentaba con piedritas sostener su voz en las arenas.
Espérame, me dijo, no tengo qué ponerme cuando llueve
y he perdido mis gafas en la bruma de los puertos.
Pero el cielo calló, cuadrado, plano, azul e inexorable,
la tierra iba ocupada, cerrando y abriendo cunas y ataúdes,
tenía tanta obligación que confundía cosas
y ponía alas en las flores, aromas en los pájaros
y una bandera verde para no olvidar el nombre de sus muertos.
Mientras, los más pisaban distraídos sus pliegues por el mundo,
era una tarde pues de la más sórdida esperanza,
cuando la inmensa humanidad yace en sus hábitos vacíos
y sin hablar, sin preguntar y sin pensar siquiera,
cada ser se desplaza en una tabla por la muerte.
Merengues del amor, tostadas frías
de un tiempo sin fulgor ni regreso a las miradas,
había un viejo sol en las bufandas del encuentro,
un riego junto al mar de las palabras que navegan
y un ciclo de inversión en las promesas ya caducas.
La voluntad no teje redes en lo eriazo,
la libertad no tiende más que moscas en la trampa
y el corazón persiste en su monótona refriega
detrás de la verdad, de la pasión y otras quimeras.
Esa tarde te vi bebiendo el mar con manos tristes
la mirada tras el vidrio y la ilusión ya naufragando en otra ocaso.
12 07 12
Un pañuelo cayó en el horizonte
era blanco, era rojo, era demasiado tarde para seguirlo ondeando,
sólo el mar movía sus mandíbulas
e intentaba con piedritas sostener su voz en las arenas.
Espérame, me dijo, no tengo qué ponerme cuando llueve
y he perdido mis gafas en la bruma de los puertos.
Pero el cielo calló, cuadrado, plano, azul e inexorable,
la tierra iba ocupada, cerrando y abriendo cunas y ataúdes,
tenía tanta obligación que confundía cosas
y ponía alas en las flores, aromas en los pájaros
y una bandera verde para no olvidar el nombre de sus muertos.
Mientras, los más pisaban distraídos sus pliegues por el mundo,
era una tarde pues de la más sórdida esperanza,
cuando la inmensa humanidad yace en sus hábitos vacíos
y sin hablar, sin preguntar y sin pensar siquiera,
cada ser se desplaza en una tabla por la muerte.
Merengues del amor, tostadas frías
de un tiempo sin fulgor ni regreso a las miradas,
había un viejo sol en las bufandas del encuentro,
un riego junto al mar de las palabras que navegan
y un ciclo de inversión en las promesas ya caducas.
La voluntad no teje redes en lo eriazo,
la libertad no tiende más que moscas en la trampa
y el corazón persiste en su monótona refriega
detrás de la verdad, de la pasión y otras quimeras.
Esa tarde te vi bebiendo el mar con manos tristes
la mirada tras el vidrio y la ilusión ya naufragando en otra ocaso.
12 07 12
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