NO FUI CHINO SIN QUERER o EL ARROZ DE MI MUJER
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Desde siempre me gustó ser chino. Así lo quise desde el principio y ese era sin duda mi destino.
Y así queriéndolo, no fui chino sin querer.
Mi padre nació en China, aunque era hijo de españoles. Allí conoció a Luna-ki y se prometieron a joven edad. Trabajaba en ese hilo el destino para que yo fuera hijo de Luna-ki pero hilaba despacio y mucho se respetaron esperando aquel día señalado.
En tanto hilaba por otro hilo también el destino...
Mi madre española, a sus veinte abriles conoció en la feria (la de Sevilla!) a Sol-kiang, hijo del embajador de China, natural de Pe-king y con despacho, lacado, en Madrid.
Comenzaban a retorcerse los hilos del ya confuso destino, pues yo debería ser también hijo de Sol-kiang el cual invitó a mi madre a conocer Pe-king. Fue allí donde Luna-ki conoció a Sol-kiang y le dijo a mi padre llorosa, que aquel antiguo compromiso era imposible, pues ¡de repente!, le había nacido el verdadero Sol del amor.
Mi padre y mi madre se conocieron años después en el pueblo donde yo nací. Por desgracia, aunque Luna-ki y Sol-kiang se unieron en matrimonio, el destino que escribe raro; como en caracteres chinos; no les dio ningún hijo varón antes de la muerte de Sol-king, que aconteció antes de yo nacer.
No obstante, aún abrigo alguna esperanza.
Mi mujer que es traductora de chino y un poco "snobista", en cierta ocasión compró unos palillos para el arroz (plato que devoro con oración más que con devoción, pues siempre se le pasa un poco). Había invitado, Ella, a unos conocidos chinos. Como siempre, yo puse las porcelanas que heredé de mi familia y coloqué un solo palillo para cada uno de los comensales, que éramos cuatro.
A la hora de sentarnos a la mesa, mi mujer rompió en fuertes gritos y exclamaciones en chino en tanto iba y volvía con cuatro nuevos palillos en la mano. La pareja china, comenzó a reírse, les pregunté sobre lo que había dicho mi mujer y ambos exclamaron al unísono.
- Que tu eres más raro que un chino!.
Mas yo continuaba más normal que un chino, cuando los tres desistieron de los palillos y tomaron nuestros normales cubiertos, en tanto yo seguía devorando con oración aquel arroz... ¡y con un solo palillo!. Y es que a veces, a Ella, se le pasa demasiado el arroz.
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No es cierto que mi mujer haga mal el arroz pero sí, que al destino, a veces se le pasa como algo.
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jose francisco
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