Eres inmersa en el ocaso,
como un efluvio que acompasa tu dulzura,
llanto que embebe anclas del sigilo
de una marea que sopesa su finura.
Llanto en el llanto, descubro tu voz en el embriague
de las selvas que se tiñen en oriente,
y a su silencio deambula el occidente
con cópulas de oro que tiñen el ocaso.
Y embarga en el misterio que acompaña tu semblante
el eco de su paraíso que transcribe a la hojarasca,
de su neblina a la pesca de una rústica figura
que longeva arde en el manantial de una playa.
Transcribo el solo errante de una voz que aún amanece,
y siente en sus mejillas el calor de aquella tarde,
en donde hubo cenizas fuego arde
y el manantial de las sombras sombra añade…
De su resguardo en el altivo sonreír que mece las arenas
de un ánima que nubla la tristeza de las penas
un soliloquio que es ventura en tu diadema:
la nocturna flecha que me ha guiado a tu puerta.
Solo.
Acobardo las llanuras en el restauro milagroso
de tu flama, donde se busca un manantial
de aguas en el agua,
y se incorpora el agua en la mitad del agua,
desdoblando el mineral que sus ansias inunda.
Noches en las noches. No veo la mazmorra que atesora las virtudes
enraizadas a las místicas templanzas de un aroma
ó fresco atardecer,
ó tu semblante
ó amanecer
entre tu risa
entre perfectas horas de alegría
descubiertas
en el inmortal júbilo
que amanece debajo de tus soles.
La vertiente taciturna del ahínco a denunciar
todas las estrellas de mi canto
es el mismo vientre que acompasa la marea que aún sostiene el beso
de los frescos racimos de oro verde, entre las dunas
y se embarga el eco carmesí de tus cerezos.
Almenas de sombra al descubierto de la bruma
escriben en el dial las horas de la esfera,
que tarde, en el silencio, acompasan la pantera
de una sed que asoma entre la nieve.
Caldea mi amor el solo errante
a la mística belleza en agonía
la dulce pasión que antes era mía
y en el silencio ha dado su permiso para volar a las alturas.
Luces el corazón indispuesto de una rama
del primer árbol que alcanza las estrellas,
y entre tus cerros, tus alas son más bellas
como comarcas de espesura cálidas de vida.
Dócil anegas el desmenuzado aroma de las florecillas terrestres
que encuentran en su forma los sueños de antaño
donde se van las luces antes que llegue el alba
y asoman en tu voz latidos
que no perduran en el aliento del olvido.
Descubres la arcilla de mi barca entre las azules proas de tu despertar
enamorado,
y en el aljibe de tu sueño
acompasa y acunas a mi
firmamento
como una suave estrella
que espera su futuro
en tu boca sedienta.
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