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por Napoleón Jue Jun 16, 2011 7:34 pmEl sol se asomaba cada mañana por el sitio habitual, la niña abría sus ojos y su entorno no era más que felicidad la sonrisa se le dibujaba a flor de piel, improvisaba algún juguete, el barrio y sus amigos la esperaban para adueñarse del día a punta de fantasías.
Tenía 5 años un millón de sueños, un gatito confidente, a su Padre y chocolates casi siempre, era la niña del molino, la de los juegos ocurridos. Perseguía mariposas sin tener miedo a la vida, con inocencia solamente se divertía, daba lo mismo un día gris o un día despejado; pues siempre se la encontraba con la sonrisa entre sus labios. A la vida le pintaba de colores entre sus sueños, ocurrencias, caramelos y bombones.
Y un día como quien despertaba de un cuento que escuchó para poder dormir, en silencio abrió sus ojos pero su Padre ya no estaba ahí, había muerto. Su vida se quedó a media luz, el cielo de sus sueños no volvió a pintarse de azul, su sonrisa ya no quiso encenderse igual que ayer, pues los dulces sin su Padre le sabían a chocolates de hiel, el destino fue archivando la niña feliz que habitaba en su ser.
Y fueron inviernos y veranos, otoños y primaveras; el tiempo caprichoso caminaba tan de prisa cual pasajero se atrasa de su autobús, la niña tenía 12 años ya, y víctima de los estragos del alboroto hormonal en su cuerpo, en un molino viejo de su barrio varias veces intentó arrancar su ser por entero. Por testigo eran los pájaros y un riachuelo taciturno, sobre la piedra más alta de ese río sus lágrimas caían cada nocturno.
Días de sol y otros de lluvia, tardes de ocaso y algún arco iris, la niña se iba haciendo una mujer, su figura era perfecta que cautivaba hasta al amor, sus ojos color miel, su piel lozana como una flor, su cabello castaño y brillante, sus pechos de volcán y su boca roja de diamante, tenía toda la frescura de su frágil belleza, la juventud al 100% y por tesoro su inocencia.
Y de entre aquellos amigos de su infancia sería un muchacho un tanto tímido quien con apenas una mirada le contó que existía Cupido, fue el quién conquistara su corazón, con quien ella cambiara la amistad infantil por el primer amor.
Poco a poco el amor entre los dos fue tomando color, no fue tarea fácil cicatrizar las heridas que en su alma hicieron guarida.
Pero aquel muchacho enamorado no pensaba en dar a torcer su brazo, él era víctima del amor y ella su dulce cómplice. Pues fue con risas y detalles, alguna que otra flor, con su suave insistencia y sus tímidos versos como una noche estrellada, descubrieron el tan esperado primer beso. Aquel muchacho se hizo el mago, que pudo cerrar las heridas que hicieron huella en su vida.
Segundo tras segundo, horas, días, meses y años, vivieron su amor tan intensamente, que ni las penas ni el dolor eran capaces de entristecerles. Sus vidas eran paisajes de cielo azul y de menguantes, de ocasos eternos y nubes plateadas, de besos infinitos y lunas llenas enamoradas.
Aquellos niños, hoy son recuerdo tan intacto en sus corazones, han pasado 30 años ya de aquellos juegos, ocurrencias y bombones. El sigue siendo el mismo muchacho romántico que a veces no aprende a vivir, y ella la misma niña del molino que junto a él volvió a sonreir.
Ahora viven en Venezia y aún se aman como adolescentes, saludan al sol cada mañana con una sonrisa, él le escribe poemas y le regala una flor, ella en silencio acaricia sus manos y con besos de niña alimenta su amor. Ven llegar el invierno, viven al máximo la vida, caminan de la mano felices por Venezia y sus calles tan frías.
Lentamente va llegando la noche, ellos se creen dueños del universo, y por cada vez que sonríen juntos, se escucha el suave trinar de los pájaros en aquel molino viejo.
Tenía 5 años un millón de sueños, un gatito confidente, a su Padre y chocolates casi siempre, era la niña del molino, la de los juegos ocurridos. Perseguía mariposas sin tener miedo a la vida, con inocencia solamente se divertía, daba lo mismo un día gris o un día despejado; pues siempre se la encontraba con la sonrisa entre sus labios. A la vida le pintaba de colores entre sus sueños, ocurrencias, caramelos y bombones.
Y un día como quien despertaba de un cuento que escuchó para poder dormir, en silencio abrió sus ojos pero su Padre ya no estaba ahí, había muerto. Su vida se quedó a media luz, el cielo de sus sueños no volvió a pintarse de azul, su sonrisa ya no quiso encenderse igual que ayer, pues los dulces sin su Padre le sabían a chocolates de hiel, el destino fue archivando la niña feliz que habitaba en su ser.
…A veces la vida no entiende de Sentimientos…
Y fueron inviernos y veranos, otoños y primaveras; el tiempo caprichoso caminaba tan de prisa cual pasajero se atrasa de su autobús, la niña tenía 12 años ya, y víctima de los estragos del alboroto hormonal en su cuerpo, en un molino viejo de su barrio varias veces intentó arrancar su ser por entero. Por testigo eran los pájaros y un riachuelo taciturno, sobre la piedra más alta de ese río sus lágrimas caían cada nocturno.
Días de sol y otros de lluvia, tardes de ocaso y algún arco iris, la niña se iba haciendo una mujer, su figura era perfecta que cautivaba hasta al amor, sus ojos color miel, su piel lozana como una flor, su cabello castaño y brillante, sus pechos de volcán y su boca roja de diamante, tenía toda la frescura de su frágil belleza, la juventud al 100% y por tesoro su inocencia.
Y de entre aquellos amigos de su infancia sería un muchacho un tanto tímido quien con apenas una mirada le contó que existía Cupido, fue el quién conquistara su corazón, con quien ella cambiara la amistad infantil por el primer amor.
Poco a poco el amor entre los dos fue tomando color, no fue tarea fácil cicatrizar las heridas que en su alma hicieron guarida.
Pero aquel muchacho enamorado no pensaba en dar a torcer su brazo, él era víctima del amor y ella su dulce cómplice. Pues fue con risas y detalles, alguna que otra flor, con su suave insistencia y sus tímidos versos como una noche estrellada, descubrieron el tan esperado primer beso. Aquel muchacho se hizo el mago, que pudo cerrar las heridas que hicieron huella en su vida.
... El poder del amor es infinito, y su magia junta los destinos…
Segundo tras segundo, horas, días, meses y años, vivieron su amor tan intensamente, que ni las penas ni el dolor eran capaces de entristecerles. Sus vidas eran paisajes de cielo azul y de menguantes, de ocasos eternos y nubes plateadas, de besos infinitos y lunas llenas enamoradas.
…El tiempo pasa sin apenas darnos cuenta, que pronto se nos vuela de las manos…
Aquellos niños, hoy son recuerdo tan intacto en sus corazones, han pasado 30 años ya de aquellos juegos, ocurrencias y bombones. El sigue siendo el mismo muchacho romántico que a veces no aprende a vivir, y ella la misma niña del molino que junto a él volvió a sonreir.
Ahora viven en Venezia y aún se aman como adolescentes, saludan al sol cada mañana con una sonrisa, él le escribe poemas y le regala una flor, ella en silencio acaricia sus manos y con besos de niña alimenta su amor. Ven llegar el invierno, viven al máximo la vida, caminan de la mano felices por Venezia y sus calles tan frías.
Lentamente va llegando la noche, ellos se creen dueños del universo, y por cada vez que sonríen juntos, se escucha el suave trinar de los pájaros en aquel molino viejo.
Napoleón
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» Tu rostro...
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» Mi ciudad
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