Dejando el sol atrás llego al ocaso,
en la bahía del acierto, en el letargo
dejando un mar amargo
de pie, entre brumas sencillas, acaso
ciegas palabras se estremezcan en la orilla
usando la bandada de palomas que se orienta
ante el vertical extravío, a tu sombrilla
luna azul, éste manantial de agua que alimenta...
Aciago crece el nombre del silencio
entre la perfecta bruma de un letargo
que en la sombra de abrazarme al encargo
de tus brazos en la siembra donde ansío
alegar las llamaradas y nubes que celosas
abrazan la cobija que la noche aúna hasta mi rosa,
la que he puesto en tu cabello, entre otras cosas,
no he sabido amarte si no con la demencia que me esboza,
sobre el manantial donde me extraigo en el sigilo
de cautivarme en el celo del camino
y crezco, y acentúo mi recelo, pero en vilo
arrastro la muerte de mis alas en la polvareda del destino
que se separa de mí hasta llevarme lejos de tí en el quebranto
de amar mi soledad más que el sol mismo
tal vez por eso no sea yo un abismo...
-Pero veo tus ojos y no creo que sea para tanto-
Hasta que al dar la espalda al Sol a tu mirada
comprendo la estrechez que nos devana
en éste mundo que nos sirve, enamorada
de avidez donde la inspiración se hermana
y la sombra cede al llanto que murmura, la sonrisa.
Y es, por fin, el vergel, que añora al desencanto
de éste frío, que culmina en un abrazo y en la prisa
súbitamente entretejido entre tus brazos, con un canto.
en la bahía del acierto, en el letargo
dejando un mar amargo
de pie, entre brumas sencillas, acaso
ciegas palabras se estremezcan en la orilla
usando la bandada de palomas que se orienta
ante el vertical extravío, a tu sombrilla
luna azul, éste manantial de agua que alimenta...
Aciago crece el nombre del silencio
entre la perfecta bruma de un letargo
que en la sombra de abrazarme al encargo
de tus brazos en la siembra donde ansío
alegar las llamaradas y nubes que celosas
abrazan la cobija que la noche aúna hasta mi rosa,
la que he puesto en tu cabello, entre otras cosas,
no he sabido amarte si no con la demencia que me esboza,
sobre el manantial donde me extraigo en el sigilo
de cautivarme en el celo del camino
y crezco, y acentúo mi recelo, pero en vilo
arrastro la muerte de mis alas en la polvareda del destino
que se separa de mí hasta llevarme lejos de tí en el quebranto
de amar mi soledad más que el sol mismo
tal vez por eso no sea yo un abismo...
-Pero veo tus ojos y no creo que sea para tanto-
Hasta que al dar la espalda al Sol a tu mirada
comprendo la estrechez que nos devana
en éste mundo que nos sirve, enamorada
de avidez donde la inspiración se hermana
y la sombra cede al llanto que murmura, la sonrisa.
Y es, por fin, el vergel, que añora al desencanto
de éste frío, que culmina en un abrazo y en la prisa
súbitamente entretejido entre tus brazos, con un canto.
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