[b] A Baudelaire y sus Flores del Mal
Las tinieblas ciegan, confunden con su
negra luz a todos los que pretenden
indagar en los profundos abismos,
donde la vida oculta sus misterios.
Tristeza y locura se confunden y,
persiguen como una maldición a estos
arqueólogos que arañan con sus picos
el anverso sutil de la materia.
Baudelaire, los arrastra a su pozo
de angustias y les hiere las entrañas
con sus versos garfios; naturalezas
muertas todas, en los soles de antaño.
Yo voy y vengo por esta realidad de
desafíos, donde el cuerpo se muere
a cada instante, entre una muchedumbre
de esqueletos sin nombre y sin espacio.
Por todo el orbe, Dédalo construye
laberintos de metal y cemento,
donde habitan Escilas y Caribdis,
y mugen sin cesar los Minotauros.
Aquí, Centauros pisotean las mieses
sin que nadie recoja las semillas.
Minos, llora el engaño de la bestia
mientras Aridna pesca Teseos de azul
en las aguas mezcladas con mercurio.
También, en este plano de negruras
amorfas y cárdenos perfiles, hay
algún prado donde crece la hierba,
y todavía trinan ruiseñores.
Pero yo, no tengo la certeza de
quién soy. Ángel o Demonio, diluido
en esta pestilencia de las miasmas
humanas, no atino a comprender; igual
podría ser un cuenco de amargura,
o, espectro con pezuñas y sandalias,
o un sapo desollado, sobre el pútro
y nauseabundo suelo de Manhattan.
Recaredo.
Las tinieblas ciegan, confunden con su
negra luz a todos los que pretenden
indagar en los profundos abismos,
donde la vida oculta sus misterios.
Tristeza y locura se confunden y,
persiguen como una maldición a estos
arqueólogos que arañan con sus picos
el anverso sutil de la materia.
Baudelaire, los arrastra a su pozo
de angustias y les hiere las entrañas
con sus versos garfios; naturalezas
muertas todas, en los soles de antaño.
Yo voy y vengo por esta realidad de
desafíos, donde el cuerpo se muere
a cada instante, entre una muchedumbre
de esqueletos sin nombre y sin espacio.
Por todo el orbe, Dédalo construye
laberintos de metal y cemento,
donde habitan Escilas y Caribdis,
y mugen sin cesar los Minotauros.
Aquí, Centauros pisotean las mieses
sin que nadie recoja las semillas.
Minos, llora el engaño de la bestia
mientras Aridna pesca Teseos de azul
en las aguas mezcladas con mercurio.
También, en este plano de negruras
amorfas y cárdenos perfiles, hay
algún prado donde crece la hierba,
y todavía trinan ruiseñores.
Pero yo, no tengo la certeza de
quién soy. Ángel o Demonio, diluido
en esta pestilencia de las miasmas
humanas, no atino a comprender; igual
podría ser un cuenco de amargura,
o, espectro con pezuñas y sandalias,
o un sapo desollado, sobre el pútro
y nauseabundo suelo de Manhattan.
Recaredo.
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