Campesino Inmigrante
Nació en el campo, creció hombre agrario,
sobre las montañas de cumbres soleadas,
entre sembradíos de maíz dorado,
y entre riachuelos de cauces plateados.
Vivió virtuoso, con la frente en alto,
con mano nudosa empuñando el arado,
cosechando arduo frutos germinados,
sustentando la prole con su trabajo honrado.
Fatídica suerte,
se quemo la siembra,
las altas campiñas se extinguieron mustias;
labriego de bronce te viste vencido
sin cumbres soleadas,
sin maíz dorado,
sin causes plateados.
Entonces el hambre impregnó tu vientre,
y el frío del miedo trasminó tu mente,
tu mujer postrada ferviente rogaba
al Dios Padre nuestro el pan de mañana.
De noche, labriego, plantaste furtivo
un beso de adiós en cada mejilla,
cruzaste los valles, franqueaste los montes,
sorteando arriesgado tu arduo camino.
Hasta que tenaz
posaste tu planta
en la árida tierra
de la frontera.
Al cruzar el Rió Bravo,
encontraste un mundo extraño;
el lenguaje mascullado
no lo entiende ni un cristiano.
Ya no hay himno mexicano,
que te arraigue al suelo patrio,
tu trabajo campesino
ya no es emblema de orgullo,
sino que ‘ilícito’ te delata.
Tu apariencia es muy conspicua,
no eres parte del paisaje,
ciudadano de segunda
perseguido por la ‘migra’.
Y te sientes abatido,
y te sientes desolado,
pues dejaste un trozo de alma
entre tus cumbres soleadas.
Solo un impulso te mueve,
a resistir el ultraje,
el amor hacia tus hijos
que se desgastan del hambre.
Y tu espíritu caído,
de melancolía agobiado,
se reanima de esperanza
al soñar en retornar
por siempre al terruño amado.
Es por eso,
que para seguir adelante,
asiduo susurras anhelante,
el sentido estribillo
del célebre Chucho Monje.
“México lindo y querido
si muero lejos de ti. . . “
Nació en el campo, creció hombre agrario,
sobre las montañas de cumbres soleadas,
entre sembradíos de maíz dorado,
y entre riachuelos de cauces plateados.
Vivió virtuoso, con la frente en alto,
con mano nudosa empuñando el arado,
cosechando arduo frutos germinados,
sustentando la prole con su trabajo honrado.
Fatídica suerte,
se quemo la siembra,
las altas campiñas se extinguieron mustias;
labriego de bronce te viste vencido
sin cumbres soleadas,
sin maíz dorado,
sin causes plateados.
Entonces el hambre impregnó tu vientre,
y el frío del miedo trasminó tu mente,
tu mujer postrada ferviente rogaba
al Dios Padre nuestro el pan de mañana.
De noche, labriego, plantaste furtivo
un beso de adiós en cada mejilla,
cruzaste los valles, franqueaste los montes,
sorteando arriesgado tu arduo camino.
Hasta que tenaz
posaste tu planta
en la árida tierra
de la frontera.
Al cruzar el Rió Bravo,
encontraste un mundo extraño;
el lenguaje mascullado
no lo entiende ni un cristiano.
Ya no hay himno mexicano,
que te arraigue al suelo patrio,
tu trabajo campesino
ya no es emblema de orgullo,
sino que ‘ilícito’ te delata.
Tu apariencia es muy conspicua,
no eres parte del paisaje,
ciudadano de segunda
perseguido por la ‘migra’.
Y te sientes abatido,
y te sientes desolado,
pues dejaste un trozo de alma
entre tus cumbres soleadas.
Solo un impulso te mueve,
a resistir el ultraje,
el amor hacia tus hijos
que se desgastan del hambre.
Y tu espíritu caído,
de melancolía agobiado,
se reanima de esperanza
al soñar en retornar
por siempre al terruño amado.
Es por eso,
que para seguir adelante,
asiduo susurras anhelante,
el sentido estribillo
del célebre Chucho Monje.
“México lindo y querido
si muero lejos de ti. . . “
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