Estricto caminar de lluvia amorosa,
corazón tenue de una rosa,
con lúdica mirada de temple, decorosa,
esquiva, y sin saber de las verdades
su tallo asciende con la raíz, en variedades.
Desde el cincel ufano alegre pero undoso,
copia el latir longevo pero misterioso
de aquél letargo que en el sueño prohibiría
sonatas de vértigo y sal, cual sucedía.
Desde el intento de mirar tu aciega vista undosa,
a latir formidables tajos de colores,
me bebían los licores
de separado frenesí la vista cariñosa.
Ojos tan tenues como el doncel augusto de tu pecho,
donde inclinados, fervientes, los oriundos cabos rizan ecos
entre lágrimas de fiero son y dunas al helecho,
inclinan diapasón al son del vasto trecho.
Como una mirada así, latir no es vista exhimia para vagar fragancias
entumecidas de versos y de estrellas nocturnas
oriundas de la cal y vaga flor distante, la duna se adelanta
a la calidez de la somnolencia descubierta de tu mano.
Fervor que, el artesano, en su sabio matiz de alumno dócil
escribe en el fondo del vaso unas palabras de recato,
para vestir el resguardo de la mirada frondosa:
de descubierta armonía, aletargan las sombrías fauces celestes
los incógnitos vaivenes del laurel de mil amores…
Se esconde en la noche en los albores,
y sueña tu silente beso,
por eso es la sal y un beso,
que distingue los sabores.
Un beso, rezo, un beso, eso...
Y en la distancia onerosa del latir verde ciruelos
tu boca destella anzuelos
de prohibidas ceremonias,
recónditas, como las historias,
descalzos aromas, porvenir de sueños,
aletargados labios, decir si, quizá muy sabios.
corazón tenue de una rosa,
con lúdica mirada de temple, decorosa,
esquiva, y sin saber de las verdades
su tallo asciende con la raíz, en variedades.
Desde el cincel ufano alegre pero undoso,
copia el latir longevo pero misterioso
de aquél letargo que en el sueño prohibiría
sonatas de vértigo y sal, cual sucedía.
Desde el intento de mirar tu aciega vista undosa,
a latir formidables tajos de colores,
me bebían los licores
de separado frenesí la vista cariñosa.
Ojos tan tenues como el doncel augusto de tu pecho,
donde inclinados, fervientes, los oriundos cabos rizan ecos
entre lágrimas de fiero son y dunas al helecho,
inclinan diapasón al son del vasto trecho.
Como una mirada así, latir no es vista exhimia para vagar fragancias
entumecidas de versos y de estrellas nocturnas
oriundas de la cal y vaga flor distante, la duna se adelanta
a la calidez de la somnolencia descubierta de tu mano.
Fervor que, el artesano, en su sabio matiz de alumno dócil
escribe en el fondo del vaso unas palabras de recato,
para vestir el resguardo de la mirada frondosa:
de descubierta armonía, aletargan las sombrías fauces celestes
los incógnitos vaivenes del laurel de mil amores…
Se esconde en la noche en los albores,
y sueña tu silente beso,
por eso es la sal y un beso,
que distingue los sabores.
Un beso, rezo, un beso, eso...
Y en la distancia onerosa del latir verde ciruelos
tu boca destella anzuelos
de prohibidas ceremonias,
recónditas, como las historias,
descalzos aromas, porvenir de sueños,
aletargados labios, decir si, quizá muy sabios.
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