- Y que sea la última vez que se mete en mi patio, porque la próxima le meto un escopetazo, a usted y al gato.
La voz de Horacio parecía querer rajar los tímpanos de doña Cata.
- Cierre el agujero en la pared entonces, si no quiere que se le meta el Micho.
Horacio subió al árbol más cercano a la medianera, sujetándose de las ramas con una mano, mientras que con la otra apuntaba con la escopeta, por encima del muro, a su vecina, quien se alejaba con el gato a cuestas.
- No la quiero ver en mi patio porque la mato… ¡a usted y al gato!
Observó cómo se alejaba ese cuerpo delgado y enjuto hasta desaparecer tras la portezuela de madera emparchada de la casucha del terreno lindante.
- ¡Vieja de miércoles!
Trató de bajar por la rama acostumbrada, pero al afirmar su pie en ella, la madera podrida crujió más suavemente de lo que crujieron los huesos de su espalda cuando dio contra las piedras que le servían de escalera. Un dolor lacerante pareció provenir de su pulmón derecho. Se desvaneció.
Abrió los ojos con dificultad, tratando de discernir de dónde venían los ronquidos que escuchaba. Notó que un ruido agudo y extraño salía entrecortado de su boca, de su interior. Una voz que le resultó familiar, pareció flotar sobre su cabeza. Respirando dolorosamente, desvió la vista hacia un lado y se encontró con los ojos del gato de doña Cata, que olfateaba su apéndice nasal. El muy impertinente husmeaba en sus narices, mientras refregaba su run-run por su mejilla húmeda de lágrimas, sangre y bronca, pasando su lengua lijosa por su mentón tensionado. La voz se escuchaba cada vez más cercana pero, en su intento de espantar al insoportable felino, no lograba oir lo que decía. Quería gritar, llamar, pero sus cuerdas vocales sólo eran capaces de emitir un gutural gorgoteo, también mezcla de sangre, rabia y saliva. La voz sonaba muy cerca, encima de su cabeza, detrás del boquete de la medianera. En un último y estertóreo intento por quitarse de encima al aborrecido félido; haciendo un esfuerzo supremo y aguantando el asco que le provocaba, pegó un tarascón a la oreja restregosa que acababa de meterse en su boca. Un maullido seguido de una feroz mordida a sus labios, y el animal desapareció por el agujero de la pared. Quiso gritar, pero sus labios eran una masa informe de carne, cuya sangre desagotaba abundantemente en su garganta. Mientras se hundía en la inconsciencia, oyó una voz que, lejana, decía: “- ¿Qué te pasó?... Te estaba buscando... Vamos que te curo, Micho.
La voz de Horacio parecía querer rajar los tímpanos de doña Cata.
- Cierre el agujero en la pared entonces, si no quiere que se le meta el Micho.
Horacio subió al árbol más cercano a la medianera, sujetándose de las ramas con una mano, mientras que con la otra apuntaba con la escopeta, por encima del muro, a su vecina, quien se alejaba con el gato a cuestas.
- No la quiero ver en mi patio porque la mato… ¡a usted y al gato!
Observó cómo se alejaba ese cuerpo delgado y enjuto hasta desaparecer tras la portezuela de madera emparchada de la casucha del terreno lindante.
- ¡Vieja de miércoles!
Trató de bajar por la rama acostumbrada, pero al afirmar su pie en ella, la madera podrida crujió más suavemente de lo que crujieron los huesos de su espalda cuando dio contra las piedras que le servían de escalera. Un dolor lacerante pareció provenir de su pulmón derecho. Se desvaneció.
Abrió los ojos con dificultad, tratando de discernir de dónde venían los ronquidos que escuchaba. Notó que un ruido agudo y extraño salía entrecortado de su boca, de su interior. Una voz que le resultó familiar, pareció flotar sobre su cabeza. Respirando dolorosamente, desvió la vista hacia un lado y se encontró con los ojos del gato de doña Cata, que olfateaba su apéndice nasal. El muy impertinente husmeaba en sus narices, mientras refregaba su run-run por su mejilla húmeda de lágrimas, sangre y bronca, pasando su lengua lijosa por su mentón tensionado. La voz se escuchaba cada vez más cercana pero, en su intento de espantar al insoportable felino, no lograba oir lo que decía. Quería gritar, llamar, pero sus cuerdas vocales sólo eran capaces de emitir un gutural gorgoteo, también mezcla de sangre, rabia y saliva. La voz sonaba muy cerca, encima de su cabeza, detrás del boquete de la medianera. En un último y estertóreo intento por quitarse de encima al aborrecido félido; haciendo un esfuerzo supremo y aguantando el asco que le provocaba, pegó un tarascón a la oreja restregosa que acababa de meterse en su boca. Un maullido seguido de una feroz mordida a sus labios, y el animal desapareció por el agujero de la pared. Quiso gritar, pero sus labios eran una masa informe de carne, cuya sangre desagotaba abundantemente en su garganta. Mientras se hundía en la inconsciencia, oyó una voz que, lejana, decía: “- ¿Qué te pasó?... Te estaba buscando... Vamos que te curo, Micho.
Última edición por Liliana Blotta el Miér Mayo 26, 2010 2:32 pm, editado 1 vez
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