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por julio madriaga Sáb Abr 24, 2010 9:08 amHasta ayer tuve un cántaro donde juntaba la brisa, caracolas que le daban a mis horas la ilusión, poesías que los ángeles que sueñan por la vida, escribían con el polen exquisito de las flores.
Los poetas de la noche como ángeles de plata, dejaban caer los versos que yo leía encantado, imitaba sus proezas, intentando volar alto, y hasta su fuego sagrado se introdujo hasta en mi sangre.
Pude escribir los versos que brotaban de mi alma, con la sangre de mis venas, de mi propio corazón, con ellos aminaba los dolores de mi ayer y hasta creí soñando que creía en el amor.
Mi cántaro estaba lleno de piedrecillas doradas y hasta sentía el calor que entibiaba mis dolencias, caminaba entre las sombras comulgando con mi alma y me sentía feliz en ese mundo apartado.
Pero llegó una tormenta que se ensañó con mis sueños y rompió en mil pedazos ese cántaro encantado, las piedritas de colores se hicieron simples palabras y los ángeles cayeron como gente como yo, la tormenta me hizo ver que la celestial palabra, no era más que algunos sueños de la gente de papel.
Otro castillo inútil que se derrite en mis manos, otra ilusión que se muere ante mis ojos nublados, una artera puñalada que me acierta el destino y mis sueños de poeta destrozados en el suelo.
Hoy mas solo que nunca, renuncio a seguir viviendo, dejaré que aquellas parcas que venían tras de mi, me alcancen y su guadaña le ponga fin a los males que por décadas arrastro como pesadas cadenas.
No he de escribir ya mas nada, ya que se ha muerto el encanto, las manos que me salvaron hoy me hunden en el fango, y destruyeron las últimas razones de mi vida, soñar y volar tan alto como la ley permitiera.
Lo triste es que creía que en mi cántaro llevaba, las luces para un mañana, el calor para el invierno, pero la gente al final es gente y si no das nada a cambio, las flores que se marchitan se convierten en veneno.
El dolor aquí en el pecho no es un dolor terrenal, lo creía celestial y resulto infernal.
Los poetas de la noche como ángeles de plata, dejaban caer los versos que yo leía encantado, imitaba sus proezas, intentando volar alto, y hasta su fuego sagrado se introdujo hasta en mi sangre.
Pude escribir los versos que brotaban de mi alma, con la sangre de mis venas, de mi propio corazón, con ellos aminaba los dolores de mi ayer y hasta creí soñando que creía en el amor.
Mi cántaro estaba lleno de piedrecillas doradas y hasta sentía el calor que entibiaba mis dolencias, caminaba entre las sombras comulgando con mi alma y me sentía feliz en ese mundo apartado.
Pero llegó una tormenta que se ensañó con mis sueños y rompió en mil pedazos ese cántaro encantado, las piedritas de colores se hicieron simples palabras y los ángeles cayeron como gente como yo, la tormenta me hizo ver que la celestial palabra, no era más que algunos sueños de la gente de papel.
Otro castillo inútil que se derrite en mis manos, otra ilusión que se muere ante mis ojos nublados, una artera puñalada que me acierta el destino y mis sueños de poeta destrozados en el suelo.
Hoy mas solo que nunca, renuncio a seguir viviendo, dejaré que aquellas parcas que venían tras de mi, me alcancen y su guadaña le ponga fin a los males que por décadas arrastro como pesadas cadenas.
No he de escribir ya mas nada, ya que se ha muerto el encanto, las manos que me salvaron hoy me hunden en el fango, y destruyeron las últimas razones de mi vida, soñar y volar tan alto como la ley permitiera.
Lo triste es que creía que en mi cántaro llevaba, las luces para un mañana, el calor para el invierno, pero la gente al final es gente y si no das nada a cambio, las flores que se marchitan se convierten en veneno.
El dolor aquí en el pecho no es un dolor terrenal, lo creía celestial y resulto infernal.
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