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por Nunca he sentido el clavel que perfora mi rosa,
que aclara la nívea paloma en su juventud de lluvia tocada de universo indeleble,
nunca
he roto mi voz para caminar en los lirios de tu sombra
-tu voz es mi pena- Nunca,
nunca he transitado el dolor de seguirte los pasos,
nunca he atravesado los cercos de tu alma, jamás en tu cuerpo
llovido mis alas han penetrado el ocaso…
Nunca silbó mi alarido buscando tu pena, sollozo delgado atravesando el delirio
nunca lloré sobre tu alba,
nunca ladré mi silencio arrebatándote calma desierta, de luces que sobre
rosas prohibidas no han muerto de frío ni aldabas perdidas,
de goznes despiertos ó puertas cerradas, en la nieve ó el río…
Nunca atravesé tu morada, nunca perdí mi centella bajo tu mirada,
nunca mi estrella –aunque quise- se interpuso en tu noche gozada,
nunca vistió mi laurel un sabor de perdida guitarra
Nunca,
Jamás he sabido de un loco perfume en la niebla del alba
vestir mis errantes misterios de música brava,
nunca anidé en tus brazos, nunca le grité a la noche, -sin haber estado loco-
sin tus ojos impresos, mi semblante muerto en la lluvia con besos de oprobio
y lágrimas muertas, vestidas de hielo-
nunca he sabido tus alas, ni mi corazón propenso
a tu desafío
de golondrina ó cigarra –de eterno verano-
Nunca he muerto hasta ahora, en tus labios, Sirena,
Jamás.
Pero la blancura del alba de tus ojos, fue siempre mi sombra.
Tu delgada lluvia se acostó en mis cristales. La sed de tu nombre
impregnó en mis rosas colores superfluos, y aún necesarios, en la vida que muere.
Y aún en la muerte desnuda, comprendí tus corolarios de espuma de flores
y estrellas de tardía –puntualidad- en mi alma sedienta de amores.
Fueron tus raíces, el roble más alto, el más grueso eslabón
de mi hogar taciturno en tus labios,
aún los que no besara, aún los que, impenetrables, se rieron de mi sombra,
ó fueron la calidez en mi delirio.-
Aunque no te buscara, fuiste siempre mi destino.
Aunque la lluvia sigue cayendo, fuiste el vendaval de mi promesa.
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