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por Soy un niño que a cántaros desvela
en la oscuridad. De allí lo negro
sucede tras mis ojos ciegos, íntegro
en la calamidad oscura que me antela
en el tiempo de este hoyo oscuro
donde no hay luz y no hay decoro
sombra, sólo sombra y negro oro
que en el rostro sueña duro:
Mi libertad. A tientas una rendija
en el techo inflama voz tan muda
que la luz se hace grande y alguien fija
en sus manos una lámpara que acuda
a mis ojos en voz tenue, murmurando:
“Soy la esperanza, ya acentuando
tu lugar, y no la fría llamarada
que te aboca tras el llanto” amada
que sostiene la mirada con sus brazos,
y en la tea nacarada se sepulta
el horizonte que hace libre mis abrazos,
y ella sosteniendo la candela, no se exulta
a la flor que se traspone y no se inflama,
sino que con su bagaje y soplo ama
mi mismo ardor que no sofrena
y hace Sol con su vela, luz mi pena.
¿Qué podré darte a cambio
de la luz que bien me hace,
y no muere la sombra que disfrace
pero es el alba en tus manos, usted vio?
“Mientras yo esté aquí la sombra huye
y mi figura que sostiene tu palabra
es la luz que idéntica te hablara
aunque el cielo caiga, no me iré”
Y aquella vez fue cuando supe
que el aliento de tu voz me daba aliento
que tu flor hacía crecer mis flores,
que tu luz ya no se iría, aunque lloviera
que la sombra no volvería hasta que al menos
tus labios en los míos se sellaran
para siempre, como un Sol
que desnudara Primaveras en tus manos…
Haz por los demás, sin esperar moneda,
la voz del viento, Primavera te conceda...
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