Canción de mediodía
Los zapatos resbalan de estupor o de frío
y caigo en la oración de los ferrocarriles muertos,
millones de recuerdos yacen en las vías
y el cielo se desploma como buscando alivio.
Se congela la ciudad, los códigos, las calles,
el canto del gorrión que chocaba en los cristales,
la grácil ascensión de alguna parra en los tejados
y el gato que, sabiéndolo, se niega a dar respuestas.
Es esta la ciudad en que los hombres se fijaron
para trepar al cielo en ascensores transparentes,
para buscar debajo de una falda el alma
y el pan en una mesa en que por números les llaman.
Odio estas cosas y quisiera ser un ángel,
pero la libertad me dio el deber del atalaya,
mirar y errar detrás de los galeones con esclavos
y a ratos pretender que algún berrinche los libera.
Lo cierto es que sin más proseguirán su anonimato,
su ingenua servidumbre en beneficio de los cuervos,
ni el nieto la sabrá cuando repita el maleficio,
sólo que triste irá, sobre y debajo de sus pobres huesos.
Algún abuelo ayer cantó tales verdades de mi mano,
luego ya en casa y ya descalzo yo recordé sus ojos
y comprendí que todo lo que me espera está en su llanto.
Mañana aprenderé a que no me duela cuando canto,
después ni cantaré, y en algún tren veré a la muerte,
la que, feliz e inmune, cargará con mi equipaje
y con el peso en que sin voz y sin audiencia
ya me sumerjo en la estación del abandono decisivo.
http://fuerteyfeliz.bligoo.cl/
30 10 13
Los zapatos resbalan de estupor o de frío
y caigo en la oración de los ferrocarriles muertos,
millones de recuerdos yacen en las vías
y el cielo se desploma como buscando alivio.
Se congela la ciudad, los códigos, las calles,
el canto del gorrión que chocaba en los cristales,
la grácil ascensión de alguna parra en los tejados
y el gato que, sabiéndolo, se niega a dar respuestas.
Es esta la ciudad en que los hombres se fijaron
para trepar al cielo en ascensores transparentes,
para buscar debajo de una falda el alma
y el pan en una mesa en que por números les llaman.
Odio estas cosas y quisiera ser un ángel,
pero la libertad me dio el deber del atalaya,
mirar y errar detrás de los galeones con esclavos
y a ratos pretender que algún berrinche los libera.
Lo cierto es que sin más proseguirán su anonimato,
su ingenua servidumbre en beneficio de los cuervos,
ni el nieto la sabrá cuando repita el maleficio,
sólo que triste irá, sobre y debajo de sus pobres huesos.
Algún abuelo ayer cantó tales verdades de mi mano,
luego ya en casa y ya descalzo yo recordé sus ojos
y comprendí que todo lo que me espera está en su llanto.
Mañana aprenderé a que no me duela cuando canto,
después ni cantaré, y en algún tren veré a la muerte,
la que, feliz e inmune, cargará con mi equipaje
y con el peso en que sin voz y sin audiencia
ya me sumerjo en la estación del abandono decisivo.
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