La mitad inferior de nuestro cuerpo
está enhiesto sobre la tierra,
afirmándose y enraizando en ella.
La superior posee un corazón
-que late, ama y se expande
con el sentimiento-
y allá en lo alto,
cerca de las estrellas,
una cabeza con su corona
de cabellos flotando en el viento.
A la vera, un río de luz
que surca los cielos
y se derrama sobre el rostro
mientras se refleja en las pupilas.
Los sueños prestan alas
a ese destino de pájaros,
al deleite
de volar
a las alturas
y gozar el azul.
De todo este anhelo de eternidad
solo quedará
un puñado de leves cenizas
que un soplo
hará desaparecer en el aire.
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