la ausencia de su sopor y huida hacia el otoño, que quebró
el invierno de la infancia, arrastrando la huella que gemía
y oraba el llanto en la penumbra, como una ala rota
y un cardumen vacío de sonidos, en el hallazgo de una nota corcoveante
en el sigilo que ahondaba más que esos ojos viscerados
y el sostén de la pluma en el vacío
como una catarata de oro en polvo, que caía
hasta ser nada en las orillas.
¿Nada? Jamás volví hacia aquél desierto
de letargos y ensillados crisantemos, sobre las astas de una calavera que dormía
sobre el aroma de un lago de cemento
y el desorden de mi alma en aquél día.
Anocheciendo.
La rama rota se quebró en aquél invierno
y supe que era el fin de su celaje
cual árbol cae en la penumbra semiabierta
tormenta en vano, relámpago a cubierta.
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