Todo era desolación y sequía...
La Tierra
parecía un cráneo
que ostentaba unos alambres,
retorcidos,
como rala cabellera.
Era una superficie calcinada
blanca y enorme,
visible durante todo el extenso día.
Dolientes árboles
de torturados troncos,
como muñones agarrotados,
rígidos como un sistema nervioso,
se secaban al aire ardiente.
Sin pudor,
los campos mostraban
un rostro espectral y hambriento
cual escuálida garra extendida
sin fuerza
por millares de kilómetros...
Disimulado con algunos yuyos,
se intuía, entre piedras,
un arroyo antes cantarino;
ahora sólo hilo exhausto
de agua clara,
pálido como el paisaje.
Ocasionalmente,
un esquelético animal errante,
se acercaba a beber,
volviendo con gesto vencido
entre matas espinosas.
EL cielo contemplaba,
en mortal abdicación,
el paisaje yermo
tras el paso del ser
que, impiadoso,
abusó de la Creación.
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