atisbando una carnada para tu horrenda jauría;
como esa que llevas dentro, que recicla tu lujuria;
sangre para un momento de exacerbada locura.
Y le ajustaste a su cuello cuerda que no resistió,
arrancándole el aullido, mezcla de espanto y dolor,
al que hizo oídos sordos tu salvaje cobardía,
inadaptado y perverso, cobarde de vida impía.
Y le entregaste a esas fauces con tus manos criminales,
al hocico repugnante que forjaste en tus crueldades,
al gruñido que no cesa, a la mordida que no abre
arrancándole la vida, poco a poco, a un alma noble.
Y abandonaste a mi perro, que se creyó sin familia,
como postre por tu saña de persona mal parida.
Y sellaste nueva imagen para tu macha figura,
donde ves tu propio drama: testosterona ninguna.
Y yo ahora escribo versos que relatan su agonía
como inútil monumento al ser que tanto quería;
pues si hay algo que no harás en toda tu sangrienta vida
será usar tus horrendos ojos para leer poesía.
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