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por Oscar64 Sáb Mayo 12, 2012 9:56 amEjercicio de amor por Chile
Me tendrían que mirar adormecido.
Vivo ya desde cuarenta y ocho esquinas,
estricto en mi dolor (eso aprendí, mis generales),
afable en el amor (eso hasta un niño lo domina).
Y mirarme no en mi, que no soy sin lo que he sido,
es decir esos montes que me hablaron en mi infancia,
es decir aquel río que cortó por mi su lengua
y se llevó mis secretos para que el mar los comprendiera.
Mirarme pues allí, donde mi hermano cava en tierra
y siembra un árbol fértil, de esos que llaman edificio,
y no porque nos sobren los sauces y los robles,
sino porque hay que dar algún albergue a los golpeados.
También mirar allá, donde esa viuda con su cueca,
que no la baila sola, porque aunque es viuda no está sola,
la baila con su amor, que aunque desaparecido todavía vive.
Y aquí donde los jóvenes sacuden su melena,
como antaño el sombrero los abuelos en un tango,
y yerguen orgullosos su majestad y rebeldía
con el dedo del medio amenazando a los serviles.
Quizá mirar también, metal adentro, la alegría,
Chile la llamaron, la forjaron como espada,
y ensangrentada supo resucitar en labios de oro.
Y eso que era greda, trigo, espiga del desierto,
y ávida de espacios se derramó en toda la tierra,
y eso que es campana, vendaval, mesa surtida
de panes y melones y de jarras del más dulce vino.
Mirar por fin dos pobres ojos cual los míos,
que sólo se sostienen porque esperan una carta,
de aquellas que ya no existen, pues el feroz ciberespacio
le arrebató la tinta y el papel al viejo escriba.
Desde entonces la novia no supo de su amado
ni la madre del hijo más que por un click y treinta teclas.
Por suerte el horizonte aún es cierto y nos vigila,
por suerte es con mi nombre que doy cuenta de la esquina
en que espero con mi prójimo en los brazos la tierra,
en que un día alcanzaré tu nombre, patria, vuelto surco.
10 05 12
Me tendrían que mirar adormecido.
Vivo ya desde cuarenta y ocho esquinas,
estricto en mi dolor (eso aprendí, mis generales),
afable en el amor (eso hasta un niño lo domina).
Y mirarme no en mi, que no soy sin lo que he sido,
es decir esos montes que me hablaron en mi infancia,
es decir aquel río que cortó por mi su lengua
y se llevó mis secretos para que el mar los comprendiera.
Mirarme pues allí, donde mi hermano cava en tierra
y siembra un árbol fértil, de esos que llaman edificio,
y no porque nos sobren los sauces y los robles,
sino porque hay que dar algún albergue a los golpeados.
También mirar allá, donde esa viuda con su cueca,
que no la baila sola, porque aunque es viuda no está sola,
la baila con su amor, que aunque desaparecido todavía vive.
Y aquí donde los jóvenes sacuden su melena,
como antaño el sombrero los abuelos en un tango,
y yerguen orgullosos su majestad y rebeldía
con el dedo del medio amenazando a los serviles.
Quizá mirar también, metal adentro, la alegría,
Chile la llamaron, la forjaron como espada,
y ensangrentada supo resucitar en labios de oro.
Y eso que era greda, trigo, espiga del desierto,
y ávida de espacios se derramó en toda la tierra,
y eso que es campana, vendaval, mesa surtida
de panes y melones y de jarras del más dulce vino.
Mirar por fin dos pobres ojos cual los míos,
que sólo se sostienen porque esperan una carta,
de aquellas que ya no existen, pues el feroz ciberespacio
le arrebató la tinta y el papel al viejo escriba.
Desde entonces la novia no supo de su amado
ni la madre del hijo más que por un click y treinta teclas.
Por suerte el horizonte aún es cierto y nos vigila,
por suerte es con mi nombre que doy cuenta de la esquina
en que espero con mi prójimo en los brazos la tierra,
en que un día alcanzaré tu nombre, patria, vuelto surco.
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