EL AUSENTE
El líquido se derrama, desciende por la garganta y lentamente quema el recipiente que lo contiene. Quema con un sentimiento que hace a la carne temblar, como si por fin la alquimia careciera de flogistos y lo ungiera inmortal. Entonces el hombre procede a los siguientes movimientos antes de marcharse: desperdiga en una caja la serie cuidadosa y clasificada de cenizas de los frascos para quien quiera peregrinar la huella, porque ahora sabe que quien se esfuerza, entre la chamusquina encontrará el camino. Ni un solo manuscrito deja. Todo lo quema para ahogar la sed de las palabras, para que el fuego lo apague y así nueva y circularmente, se cumpla los designios de los alquimistas.
Por último mira por la ventana mientras escucha el crepitar de la hoguera mientras la sustancia lo recorre sin dejarlo ya libre. La cabeza está absolutamente clara volviendo al nudo de las cosas, al centro de los laberintos, al fondo del abismo de todos los abismos, lugar que pocos ven y nadie puede nombrar. El fuego crece sin pausa y sin prisa y llueve hueco en la habitación. Sus nubes atardecen como copos la oquedad relampagueando los objetos que bailan su fiesta de desquicio. El hombre sumido en ciertas meditaciones ve destruirse todo lo que ha escrito, todo lo que ha pensado que va borrándose con el mismo cuidado con que el fuego se esparce y luego muere, fundamentando la noticia con la precisión de las cenizas que se arrebujan y se esparcen. El líquido en tanto, baja por las agujas de los huesos, él lo siente nadar en sus vértigos como parientes ahogados que devuelve el mar, sus venas se mueven bailando danzas de medusas desfloradas por la pócima que pasa, las ama y sigue su camino y al pasar por el corazón, que es donde parece que se anuda el alma, hay un ademán cardíaco de saludo, de sudores de dedos destemplados, de mirada que ve más parecido del lado de allá estas propias circunstancias, cual si fuera una serpiente mudando de piel ya con ojos orbitando circularmente el epicentro de su gran secreto. El fuego todo lo consume y las gentes se apresuran a apagarlo llamando al hombre desgarradoramente por su nombre mientras las sirenas inauguran la llegada de los bomberos. Al cabo nada queda, excepto esqueletos humeantes unos diferentes de otros , retorcidos, crujientes, agonizantes aún, negros como la noche. Curiosamente para algunos observadores, se descubre una caja misteriosamente en buen estado que guardan cenizas nada parecidas a las del gran fuego, que convierte el hecho en un enigma. Entre los restos revueltos una y otra vez, no se encontraron huellas de ese hombre que allí habitaba. Es lógico, él había elegido no estar. Los rostros se miraban incómodos ante la ausencia del mortal que había desaparecido como una piedra invisible que provoca tensiones extrañas, pero al fin no tan extrañas en las mentes de sus discípulos que allí estaban y que comenzaron a recordar el viaje hasta este evento, las señales, las pocas palabras y los muchos silencios, la sabiduría encerrada en la mente de un solo hombre. Ellos recogieron como herencia el secreto encerrado en la extraña caja luego de que con esas cenizas, al borde del camino donde escuchaban enseñanzas a veces, llegaron con una incómoda mirada de piedra invisible sobre sus espaldas y una marca indeleble en sus cabezas que las palabras guardaron de ocultar. El ausente en cambio, estaba derramado y descendiendo a todas las cosas por virtud de su inmortalidad, yendo y volviendo, llenándolo todo cuando los discípulos recompusieron los sentimientos destruidos después de semejante episodio. Desde la habitación donde volvieron a reunirse y quién sabe por qué recobraba la antigua estampa de los días del hombre aquél ausente, los discípulos ahora percibían algo que hace al nudo de las cosas, un centro que ellos no veían y que por cierto no se podía nombrar y que comienza una vez más en el camino de ahogar la sed de palabras, cuestiones que llegadas a cierta sustancia, al cierto líquido, a aquella pócima sin flogistos, llegado el momento, tocará a ellos renovar el fuego que oculta lo inmortal y nueva y circularmente volverá a cumplirse los designios de los alquimistas.
El ausente que ahora lo sabe sonreía, porque así será.
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sergio cassarino
DERECHOS RESERVADOS
El líquido se derrama, desciende por la garganta y lentamente quema el recipiente que lo contiene. Quema con un sentimiento que hace a la carne temblar, como si por fin la alquimia careciera de flogistos y lo ungiera inmortal. Entonces el hombre procede a los siguientes movimientos antes de marcharse: desperdiga en una caja la serie cuidadosa y clasificada de cenizas de los frascos para quien quiera peregrinar la huella, porque ahora sabe que quien se esfuerza, entre la chamusquina encontrará el camino. Ni un solo manuscrito deja. Todo lo quema para ahogar la sed de las palabras, para que el fuego lo apague y así nueva y circularmente, se cumpla los designios de los alquimistas.
Por último mira por la ventana mientras escucha el crepitar de la hoguera mientras la sustancia lo recorre sin dejarlo ya libre. La cabeza está absolutamente clara volviendo al nudo de las cosas, al centro de los laberintos, al fondo del abismo de todos los abismos, lugar que pocos ven y nadie puede nombrar. El fuego crece sin pausa y sin prisa y llueve hueco en la habitación. Sus nubes atardecen como copos la oquedad relampagueando los objetos que bailan su fiesta de desquicio. El hombre sumido en ciertas meditaciones ve destruirse todo lo que ha escrito, todo lo que ha pensado que va borrándose con el mismo cuidado con que el fuego se esparce y luego muere, fundamentando la noticia con la precisión de las cenizas que se arrebujan y se esparcen. El líquido en tanto, baja por las agujas de los huesos, él lo siente nadar en sus vértigos como parientes ahogados que devuelve el mar, sus venas se mueven bailando danzas de medusas desfloradas por la pócima que pasa, las ama y sigue su camino y al pasar por el corazón, que es donde parece que se anuda el alma, hay un ademán cardíaco de saludo, de sudores de dedos destemplados, de mirada que ve más parecido del lado de allá estas propias circunstancias, cual si fuera una serpiente mudando de piel ya con ojos orbitando circularmente el epicentro de su gran secreto. El fuego todo lo consume y las gentes se apresuran a apagarlo llamando al hombre desgarradoramente por su nombre mientras las sirenas inauguran la llegada de los bomberos. Al cabo nada queda, excepto esqueletos humeantes unos diferentes de otros , retorcidos, crujientes, agonizantes aún, negros como la noche. Curiosamente para algunos observadores, se descubre una caja misteriosamente en buen estado que guardan cenizas nada parecidas a las del gran fuego, que convierte el hecho en un enigma. Entre los restos revueltos una y otra vez, no se encontraron huellas de ese hombre que allí habitaba. Es lógico, él había elegido no estar. Los rostros se miraban incómodos ante la ausencia del mortal que había desaparecido como una piedra invisible que provoca tensiones extrañas, pero al fin no tan extrañas en las mentes de sus discípulos que allí estaban y que comenzaron a recordar el viaje hasta este evento, las señales, las pocas palabras y los muchos silencios, la sabiduría encerrada en la mente de un solo hombre. Ellos recogieron como herencia el secreto encerrado en la extraña caja luego de que con esas cenizas, al borde del camino donde escuchaban enseñanzas a veces, llegaron con una incómoda mirada de piedra invisible sobre sus espaldas y una marca indeleble en sus cabezas que las palabras guardaron de ocultar. El ausente en cambio, estaba derramado y descendiendo a todas las cosas por virtud de su inmortalidad, yendo y volviendo, llenándolo todo cuando los discípulos recompusieron los sentimientos destruidos después de semejante episodio. Desde la habitación donde volvieron a reunirse y quién sabe por qué recobraba la antigua estampa de los días del hombre aquél ausente, los discípulos ahora percibían algo que hace al nudo de las cosas, un centro que ellos no veían y que por cierto no se podía nombrar y que comienza una vez más en el camino de ahogar la sed de palabras, cuestiones que llegadas a cierta sustancia, al cierto líquido, a aquella pócima sin flogistos, llegado el momento, tocará a ellos renovar el fuego que oculta lo inmortal y nueva y circularmente volverá a cumplirse los designios de los alquimistas.
El ausente que ahora lo sabe sonreía, porque así será.
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