Puedo inventarte en el sueño en el que habitas,
con tus viejas alamedas
y que la grama me invada
en siglos de ternura
que desde los astros nace y me delira.
Puedo inventarte en el silencio
y entregarme de algún modo,
bañarme en atardeceres
en penumbras y en destierros,
en blancuras infinitas
vaticinios y rendijas,
y tu voz en delirantes noches
sin piedad que me describa.
Y te seguiré inventando
hasta al borde de los sueños,
entre ventanas deshabitadas
y trozos de sol en el tejado,
para beber de un solo trago
el agua fresca del verano
sobre tus gestos hermosos
y la fijeza de tus ojos,
más allá de la muerte que nos junta
y más acá de la vida que nos une,
para inventarte,
no necesito rumbo ni medida.
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