Te veo a través de los años…
sufrido, aguerrido,
tus pies firmes sobre la tierra,
fuerte como un roble,
con tu voluntad siempre presta…
Llegaste de tierras lejanas
atravesando un mar sin límites,
a echar raíces en ésta, tu otra patria,
a este país del sol,
de las grandes extensiones,
de las llanuras infinitas…
y de las cumbres mágicas…
Recuerdo tu rostro adusto,
tus ojos claros que la ternura hacía brillar,
reluciendo, entonces, tu rostro,
como el sol cuando asoma en el horizonte…
La sonrisa luminosa,
que destinabas a los que amabas…
Tus espaldas anchas…
El brillo de tu inteligencia…
Y te veo, indefenso, pequeño,
entregándote a la muerte,
con todo tu esplendor apagado,
con tus manos suaves y blancas,
como palomas dormidas…
cruzadas sobre el pecho,
como si quisieras impedir
que tu alma escape de tu cuerpo…
Con tus párpados ocultando
las cuencas de tus ojos,
todas llenas de luz negra…
Yacente, preparado ya,
para ese viaje a lo sutil…
A ese territorio del silencio,
del que ya no volverás…
Quedaste habitando el corazón,
último reducto en el que te llevaré,
en ese inagotable suceder de días y noches…,
en esa ausencia infinita,
tan inmensa como la muerte…
sufrido, aguerrido,
tus pies firmes sobre la tierra,
fuerte como un roble,
con tu voluntad siempre presta…
Llegaste de tierras lejanas
atravesando un mar sin límites,
a echar raíces en ésta, tu otra patria,
a este país del sol,
de las grandes extensiones,
de las llanuras infinitas…
y de las cumbres mágicas…
Recuerdo tu rostro adusto,
tus ojos claros que la ternura hacía brillar,
reluciendo, entonces, tu rostro,
como el sol cuando asoma en el horizonte…
La sonrisa luminosa,
que destinabas a los que amabas…
Tus espaldas anchas…
El brillo de tu inteligencia…
Y te veo, indefenso, pequeño,
entregándote a la muerte,
con todo tu esplendor apagado,
con tus manos suaves y blancas,
como palomas dormidas…
cruzadas sobre el pecho,
como si quisieras impedir
que tu alma escape de tu cuerpo…
Con tus párpados ocultando
las cuencas de tus ojos,
todas llenas de luz negra…
Yacente, preparado ya,
para ese viaje a lo sutil…
A ese territorio del silencio,
del que ya no volverás…
Quedaste habitando el corazón,
último reducto en el que te llevaré,
en ese inagotable suceder de días y noches…,
en esa ausencia infinita,
tan inmensa como la muerte…
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