Tras de la luz
Ninguna solución me han dado tantos siglos
ni los héroes ni los íncubos ni los labios amatorios.
En torno a mi glorieta a solas giro,
sediento, calcinado, viendo abrirse,
las cuencas de la historia sin respuesta.
Tan sólo el abandono toca el piano,
la música en los techo no es la lluvia,
la sola condición de la esperanza
dejó su rastro azul en el cadalso,
sin cuota ni placer, sin veredicto
más que la fe vendida en un molino,
más que la cruz que gira en las turbinas
de un gran motor de dientes desolados.
En él busqué, en el sabor de los veranos,
en la camisa que quité del moribundo,
en el vestido que cayó junto a mis pantalones,
en la botella que no abrí por conservar aquel menaje,
en el valor de la mañana que exagera
con su moneda mordida en los portales
por usureros, por mendigos, por empleados
que llegan al ocaso sin saber qué es la alegría.
Y vi sangrar ese homenaje del eterno,
esa canción que el infinito nos dedica,
en el ocaso yo mordí mis propios labios
y no podría descifrar qué vi más rojo,
más triste, más sin sal en el orgullo,
si el sólo solitario sol perdido
o el viejo corazón que se hace llanto,
como un ficticio mar en que acunar la misma muerte.
Por eso, soledad, por eso, multitudes,
exijo conocer lo que me espera en esta aldea,
tengo un mantel de estambres amarillos,
tengo un corcel que corre por mis venas
y se hace cabellera, fogata, lápiz rojo
y estrella por arder en la pasión de un par de rostros.
Exijo dominar tanta agonía,
que no se transa mi dolor ni en la floresta,
ni en la postal que me anunció el fin de la guerra,
con su soldado ya muerto en la estampilla,
ni en la aguerrida soledad del blues que añoro
o del rock que combatió contra los cuervos,
ni en las estelas del cohete computado
como vanguardia cuando por siglos las gaviotas
van y vienen entre estrellas y galaxias,
ni en la mezquina claridad del eremita
que se masturba para hablar después del cielo,
ni en el asesino que lavó muy bien sus manos
para llegar a tiempo al cumpleaños de sus hijos,
ni en la marmota cuyos senos se ofrecieron
por un diamante al dios senil de la chequera.
Domino, pues, apenas mi escafandra,
sospecho que el oxígeno es un medio,
no el fin de tanto pecho mal inflado,
declaro que mi flor es la alegría,
si quieres deshojarla será tuya,
persistirá su aroma tras el rastro de tus pétalos,
un libro ha de guardar tu polvo inmarcesible.
Persisto, sin embargo, en mi aventura,
en mi desilusión, en el color que te interroga
y en este pozo simplemente busco el agua
que de tu sed procederá en hallar milagro.
Mi abrazo pues te doy, toma mi copa,
repártela en el vino de tus risas,
concédela en la piel de los perdidos,
hazla brillar en la canción que brota en tu alma.
25 05 10
Ninguna solución me han dado tantos siglos
ni los héroes ni los íncubos ni los labios amatorios.
En torno a mi glorieta a solas giro,
sediento, calcinado, viendo abrirse,
las cuencas de la historia sin respuesta.
Tan sólo el abandono toca el piano,
la música en los techo no es la lluvia,
la sola condición de la esperanza
dejó su rastro azul en el cadalso,
sin cuota ni placer, sin veredicto
más que la fe vendida en un molino,
más que la cruz que gira en las turbinas
de un gran motor de dientes desolados.
En él busqué, en el sabor de los veranos,
en la camisa que quité del moribundo,
en el vestido que cayó junto a mis pantalones,
en la botella que no abrí por conservar aquel menaje,
en el valor de la mañana que exagera
con su moneda mordida en los portales
por usureros, por mendigos, por empleados
que llegan al ocaso sin saber qué es la alegría.
Y vi sangrar ese homenaje del eterno,
esa canción que el infinito nos dedica,
en el ocaso yo mordí mis propios labios
y no podría descifrar qué vi más rojo,
más triste, más sin sal en el orgullo,
si el sólo solitario sol perdido
o el viejo corazón que se hace llanto,
como un ficticio mar en que acunar la misma muerte.
Por eso, soledad, por eso, multitudes,
exijo conocer lo que me espera en esta aldea,
tengo un mantel de estambres amarillos,
tengo un corcel que corre por mis venas
y se hace cabellera, fogata, lápiz rojo
y estrella por arder en la pasión de un par de rostros.
Exijo dominar tanta agonía,
que no se transa mi dolor ni en la floresta,
ni en la postal que me anunció el fin de la guerra,
con su soldado ya muerto en la estampilla,
ni en la aguerrida soledad del blues que añoro
o del rock que combatió contra los cuervos,
ni en las estelas del cohete computado
como vanguardia cuando por siglos las gaviotas
van y vienen entre estrellas y galaxias,
ni en la mezquina claridad del eremita
que se masturba para hablar después del cielo,
ni en el asesino que lavó muy bien sus manos
para llegar a tiempo al cumpleaños de sus hijos,
ni en la marmota cuyos senos se ofrecieron
por un diamante al dios senil de la chequera.
Domino, pues, apenas mi escafandra,
sospecho que el oxígeno es un medio,
no el fin de tanto pecho mal inflado,
declaro que mi flor es la alegría,
si quieres deshojarla será tuya,
persistirá su aroma tras el rastro de tus pétalos,
un libro ha de guardar tu polvo inmarcesible.
Persisto, sin embargo, en mi aventura,
en mi desilusión, en el color que te interroga
y en este pozo simplemente busco el agua
que de tu sed procederá en hallar milagro.
Mi abrazo pues te doy, toma mi copa,
repártela en el vino de tus risas,
concédela en la piel de los perdidos,
hazla brillar en la canción que brota en tu alma.
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