Al pie del lecho de muerte
donde el marido agoniza
aquella mujer sumisa
dio rienda suelta a su odio,
y, como leyendo un folio,
impreso en su corazón,
le dijo sin compasión
al que le daban el óleo:
-Siempre fuiste un mal padre,
y para mí, un mal marido;
celoso y maltratador,
quizá, de los hombres el peor
que mujer haya tenido.
Y hoy en el lecho tendido
te la das de santurrón,
y nos pides compasión…?
¡Tú, que nunca la has tenido!
Pues, mira lo que te digo;
ya que por fin puedo hablar,
sin que me puedas pagar,
y empiezo a dejar atrás
el miedo que te he tenido.
Por todo lo que he sufrido
tantos años a tu lado:
cuando te mueras, marido,
no verán mi rostro ajado.
Cuando te mueras, marido,
y te lo juro por Dios,
no habrá vecino en el pueblo
que no escuche mi canción
Marido, cuando te mueras,
sobre tus tristes despojos,
ni una lágrima siquiera
por ti verterán mis ojos;
aunque me tilden de loca
y amoneste el señor cura,
y, aunque el mundo entero piense
que esto es ir contra natura…
¡no seré yo quien te lleve
flores a la sepultura!
Y me pintaré la cara
y los labios con carmín,
y cantaré más contenta
que no canta un colorín.
Cuando te mueras, marido,
me sentiré liberada,
y en vez de ponerme luto
ceñiré a mi cuerpo enjuto
una bata colorada;
adornaré mis cabellos
con peinecillos de nácar,
y me pondré esos zarcillos
que tengo largos de plata,
¡no por querer presumir,
sino por darte la lata!
Cuando te mueras, marido,
verdugo de mi existencia,
y de tus hijos tirano,
¡Vuelvo a jurar y no en vano!
Que en esta casa habrá fiesta.
Recaredo
donde el marido agoniza
aquella mujer sumisa
dio rienda suelta a su odio,
y, como leyendo un folio,
impreso en su corazón,
le dijo sin compasión
al que le daban el óleo:
-Siempre fuiste un mal padre,
y para mí, un mal marido;
celoso y maltratador,
quizá, de los hombres el peor
que mujer haya tenido.
Y hoy en el lecho tendido
te la das de santurrón,
y nos pides compasión…?
¡Tú, que nunca la has tenido!
Pues, mira lo que te digo;
ya que por fin puedo hablar,
sin que me puedas pagar,
y empiezo a dejar atrás
el miedo que te he tenido.
Por todo lo que he sufrido
tantos años a tu lado:
cuando te mueras, marido,
no verán mi rostro ajado.
Cuando te mueras, marido,
y te lo juro por Dios,
no habrá vecino en el pueblo
que no escuche mi canción
Marido, cuando te mueras,
sobre tus tristes despojos,
ni una lágrima siquiera
por ti verterán mis ojos;
aunque me tilden de loca
y amoneste el señor cura,
y, aunque el mundo entero piense
que esto es ir contra natura…
¡no seré yo quien te lleve
flores a la sepultura!
Y me pintaré la cara
y los labios con carmín,
y cantaré más contenta
que no canta un colorín.
Cuando te mueras, marido,
me sentiré liberada,
y en vez de ponerme luto
ceñiré a mi cuerpo enjuto
una bata colorada;
adornaré mis cabellos
con peinecillos de nácar,
y me pondré esos zarcillos
que tengo largos de plata,
¡no por querer presumir,
sino por darte la lata!
Cuando te mueras, marido,
verdugo de mi existencia,
y de tus hijos tirano,
¡Vuelvo a jurar y no en vano!
Que en esta casa habrá fiesta.
Recaredo
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