Tu voz amanece cual mi sol, cual tu delirio,
a semblanza de único ruiseñor, canto del lirio
que en el viento acaece su dolor, llanto del llanto,
y amanece en su furor la duna del espanto…
Aclárese más tu voz, con el dosel del canto,
en la mirada tïerna de su manto ponderoso,
que hace sílabas la miel del oro en canto
cual sílaba de sol, dürmiente sol de arrobo…
Mis horas son de azaleas, de perfectos limoneros
que avanzan en tu saber, rotundos, nacarados
sobre la piel de un cielo descubierto, y hacen libres
las horas de mi nocturna palidez, de sömbra aladas…
Converge la arquitectura de mi secreto naverío
en voz de la araucana sombra que püdiera ya elevarme
por la cintura de los vuelos que la plenitud regaza,
semblándole a tu dolor la virtud de la cosecha…
Asado y sombra, légamo del mar, prístino, hambriento
y celoso cual meditar el silencio descubierto
azahar de tu solemne canto boquiabierto
sobre la esquina de tu amor, desnuda tu cubierto…
Redoma la sal que endulza, casi siempre muge el aire
la sencillez de un aroma fauno, y semblanza que al donaire
la sencillez del aroma pesa, cual la templanza, su flor
hilvanando lentas teas, de ruines coplas de amor…
Sosteniendo así la mirada, enjuto mis cejas, y adiós,
adiós no nieva en sus bucles, la mirada de una flor…
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