Hendían, mujer-niña, tus poemas
el aire americano, en remolinos,
en ellos desnudabas anatemas.
Estaban de amor plenos los caminos.
Eros resplandecía en esas gemas,
semillero de impulsos femeninos.
Los perros de la muerte y apostemas
te acechaban: locura en torbellinos.
Eras joven y frágil; la tragedia,
con su carga letal de vil locura,
en tu hogar descendió con tal violencia
que te cubrió de sangre y la conciencia
de tu cuerpo escapó. El amor, oscura
llaga, trajo terror y cruel acedia.
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