Cuando cierran sus pétalos las flores,
cuando el fuego del sol que lento arde
baja a besar la cúpula del monte,
cuando canta la urraca por la tarde
evocando los cantos del cenzontle…
El indio, —barro y metal que se reviste
de maíz en el surco de los campos—,
parece remitir un viejo llanto
al horizonte con sus ojos tristes.
Y sentado a los pies de un ahuehuete,
quisiera, de la espalda quejumbrosa
mitigar el dolor que se hace fuerte
al transcurrir el paso de los siglos;
¡Siglos que dejan huellas onerosas
en la patria y la vida de los indios!
Se ve cansado, triste y cabizbajo;
y mientras quita de sus pies erosionados
lo que fuera en buen tiempo sus huaraches,
su mente vuelve a sus antepasados,
y revive con furia y con coraje
el ardor de sangrientos latigazos,
el fuego en el filo de la espada,
el peso de cadenas y grilletes
que congelan la sangre en pies y manos.
Siente la rabia recorrer sus venas
al mirar a los niños y mujeres
sirviendo como esclavos en la mesa
del patrón y del cura reverente.
Y al sufrir el dolor de sus ancestros…
el indio, triste, …llora en sus adentros.
Era dueño del llano y de la cumbre;
eran suyas las plumas de las aves,
suyo también el oro y su deslumbre
y el frío del ónix, jade y obsidiana.
Tenía el poema que engalana
al ave y al dolor de los humanos;
amaba el hueco son del teponaztle,
la acrobacia del águila que cae
y el batiente valor de sus hermanos.
…Pero un día, al margen de la historia
desde otras tierras, la ambición errante
a su pueblo, con pasos de gigante
llegó imperiosamente a hacer notoria
su sed inagotable de rapiña.
Le quitaron el cetro de las manos
destruyendo sus místicos palacios;
y alzando la bandera de codicia
explotaron sus templos y sus minas.
Apagaron el son del teponaztle
y el gérmen de exquisita poesía,
y vistiendo el disfraz de redentores
saquearon todo derramando sangre.
Y al sentir la agonía de esos tiempos…
el indio, triste, …llora en sus adentros.
Le quitaron y le impusieron todo.
Le quitaron el nombre y sus costumbres,
le quitaron la gloria de sus luces
y le impusieron sentenciosos yugos.
¡Y espada en mano, sin lamentación,
sintiéndose de Cristo, los vicarios,
pusieron cruces de su religión!
Le dejaron por siempre, como herencia,
el desierto y el monte sin floresta.
Le sembraron un miedo sin medida,
le dejaron la burla de otros hombres,
lo pusieron en tierras sin salidas
dejándole sus buitres y señores.
…Por eso, cuando el sol en el poniente
irremediablemente muere en calma
un pesar en el alma agudo, siente
pues recuerda la muerte de su raza.
Y sentado a los pies de un ahuehuete,
quisiera, de la espalda quejumbrosa
mitigar el dolor que se hace fuerte
al transcurrir el paso de los siglos.
¡Siglos que dejan huellas onerosas
en la patria y la vida de los indios!
…Y el indio, triste, llora en sus adentros.
¡Nunca sus ojos conocieron lágrimas,
ni sus labios han tenido el intento
de rogar o implorar misericordia!
¡Pero conserva viva la esperanza
al resonar los gritos en sus ondas,
que la Verdad se agite como el río
que aumenta de la mar sus bravas olas,
y la Justicia, como el fuego vivo
se levante en la gloria de la antorcha!
Jonathan Mateos
Última edición por kaina el Mar Ago 30, 2011 2:17 pm, editado 2 veces
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