Cosmogonía
agonía mía
laberinto mi hombre de mí
mariposa por nacer nacida,
crujida en los misterios urgentes desde el pecho,
parada al borde de los ojos
cayendo desde el fondo hasta la estrella
de modo que sea su alquimia sangre adentro,
la cruz de los caminos que conducen a decidir
desenjaular el amor espigando el tono de su salmo
en el pleito terrible que hace punzar el cuerpo,
el aullido de úlcera lacerada
que calumnia sus versículos de dolor
entre espejos y espejismos.
Quién cargará su ignorante angustia
qué paraguas atajará la caída
cómo evitar los pedestales
qué féretro se llevará su sombra malherida,
qué conjuro innombrable vendrá a dar al silencio
lo que es del silencio,
aplanar los desniveles
cauterizar las yagas, las heridas,
el vértigo que bien puede ocurrir mañana en la boca del poeta
celestemente soñando
que es un hombre que va mas lejos que su pecho,
que abraza mas allá de los dedos y los ríos,
que dice edificando en la columna de la voz su sueño
donde de noche
se sienta la noche y sueña como hombre
y escribe un poema sangrante como un corazón
ya frondoso en su tono umbrío de árbol
cuando conversa con sus astros sueltos
y enciende los fuegos endecasílabamente,
que arden cuando caen
pesadas como las rocas esas palabras, esas letras,
esos signos simbólicos alados y fatídicos al suelo
donde sueñan como amantes la dulzura,
los pezones tibios y erguidos de la esperanza
que caen como vagones en el alma límpida ya
y se perciben en la noche de su roca
volviendo siempre y siempre como un himno salvífico
en bandada de pajaritos sus consignas doloridas a la boca
en la mañana tan alta de tantos hombres y mujeres
ya muertos sin ninguna misericordia de sus edades
sus cielos, sus risas, sus estrellas,
muchedumbre que no puede ya verse en el horizonte,
que no puede ya palparse lo que ocurre sin una lágrima.
Cosmogonía
agonía mía
laberinto mi hombre de mí
mariposa por nacer nacida,
con la muerte tan rápida que el alma
no encuentra, fusilada, su salida,
al borde de los ojos cayendo desde el hombre hasta la estrella
buscando, preguntando, sin respuestas,
ésas, las muy crujidas en los misterios urgentes desde el pecho
para que el viento habra los ojos ciegos
y el vacío esté vacío de algo que llorar
y haya una imagen de hombre indeleble
que encuentre su Dios en los silencios.
Y pegado a la tierra
-no a las cosas de la tierra-
simple y maravillosamente
volver a nacer
lo que queda del polvo y el tiempo.
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