Mi rosa
Mi rosa sueña el centro que no acopia,
cual la bandada que conforme a su distancia
sopla y se ríe del silencio en que la novia
anochece su hora en la mirada de provincia,
de ledo trance, de socorro, de mandato:
cual la liebre entona el adalid de su veloz herida
más allá de la boca de las fauces que te nombran,
en el incordio soplo, que provoca tu imbuida...
Y confiere el rostro del amanecer, por sobre llanto,
su ajetreo de su designio, más allá, de la boca
donde trasciende su voz, la herida onomatopeya
que discierne de tu copla semiabierta, como la noche
es otra voz de risa sobre el canto, tu eludida
altivez, blancura, que al delirio se persuade,
como aquella luna endeble a mi suspiro
como aquél ruiseñor devoto en tu zafiro;
como aquella prez, que sueña el beso de mi Náyade…
Como la boca intenta abrir su manantial de grato
perfume, en el rostro del silencio que no tuve,
la mañana acérrima del oro, cauta hasta su venida,
el encierro de tu Sol, cual la belleza percudida
en el arenal, que la miel de tu cabello es a la noche:
una risa de oro: un vituperante élitro de sauce,
de boca altiva, de música y derrame,
de viva tez, de Oro, paloma y navegantes…
Causa a su redil, el oro que la nube se somete
a la plenitud rémora de su sibilante orgullo,
tras el sauce, el dolor y la batalla de un gemido,
de una estrella, (que es mi rosa) en la mañana…
Detuvo tu mirada el pedregal, de nocturno
cilindro de la noche, de boca acérrima del viento:
de heraldo solo, donde elude el llanto su boca,
y las lágrimas del atardecer son el sendero,
por donde la copla a tu mirada, es ojo inmerso
dentro de tu aliento: de tu sombra
Por donde el canto a tu voz, hiende la prófuga marëa,
del iridiscente tramo de Luz, que boca arrea,
tras el júbilo de aquél perdido cauce,
en la sombra de la noche. Oooh, más allá,
de la neblina, tu pisada vuelve, tras la nieve!
Más allá que la doncella busca, entre la hora
en el declive que tu son es a las aristas,
un desvelo armonioso de sonrisas,
tras el velero que parte de tu pecho, entre aguas abiertas,
y la noche,
Pasëa por sobre la mirada, nocturna, aliciente,
bermeja, cual el soliloquio de una acera:
la nocturna pedrera de tu Sueño, tu luz y tu silencio,
más allá de los nombres que la voz quema,
más allá de las sombras, que tras el devenir
que la voz tïembla, hacen conjuro de mi posta,
cual celebridades álgidas en el soplido de la luna,
en la nocturna placidez de un coro altivo,
más allá de la boca que derriban, tus besos…
…Y es, el ardor de mi pluma en tus papeles níveos,
un claro arrebato de un suspiro que, tras el océano
que apremia, devuelve un ápice de luna,
de proterva vacuidad, de helecho enamorado,
en el bordar enhiesto la risa de tu sombra,
tras el coloquio de tu salmo, de tu beso!
De tu cintura helada. De tu murmurio.
De la noche que atavía a tus espaldas…
Eres la rosa que nombra la mirada de las cosas,
que me hiberna. Tras el edilicio canto de tu nombre,
tras el sendero roto de mil bajeles que encubrían
tu llamado, de prontas distancias
en el asomo de una miel, que tatúa tu belleza
cual el beso, de aquél, que el destino fue
para nuestro sueño, el mejor:
el canto que fue Voz, y no sólo noche acérrima…
Eres, la Rosa, el manantial que tu nombre invita
con la sílaba de tiento, del único tacto
que preserva tu dialecto de púrpura reclamo:
en la voz, y ardid, en la sombra, idéntica
a lo preso; a la vislumbre de un océano de lluvia:
tras el deceso de un canto adormecedor
de solo hiriente arrebol; de sólido menguante
adalid de boca propensa al desafío…
Que la voz de tu mirada, encumbra en un sollozo,
el devenir de la altura, donde vuelve, mi gozo.
Mi rosa sueña el centro que no acopia,
cual la bandada que conforme a su distancia
sopla y se ríe del silencio en que la novia
anochece su hora en la mirada de provincia,
de ledo trance, de socorro, de mandato:
cual la liebre entona el adalid de su veloz herida
más allá de la boca de las fauces que te nombran,
en el incordio soplo, que provoca tu imbuida...
Y confiere el rostro del amanecer, por sobre llanto,
su ajetreo de su designio, más allá, de la boca
donde trasciende su voz, la herida onomatopeya
que discierne de tu copla semiabierta, como la noche
es otra voz de risa sobre el canto, tu eludida
altivez, blancura, que al delirio se persuade,
como aquella luna endeble a mi suspiro
como aquél ruiseñor devoto en tu zafiro;
como aquella prez, que sueña el beso de mi Náyade…
Como la boca intenta abrir su manantial de grato
perfume, en el rostro del silencio que no tuve,
la mañana acérrima del oro, cauta hasta su venida,
el encierro de tu Sol, cual la belleza percudida
en el arenal, que la miel de tu cabello es a la noche:
una risa de oro: un vituperante élitro de sauce,
de boca altiva, de música y derrame,
de viva tez, de Oro, paloma y navegantes…
Causa a su redil, el oro que la nube se somete
a la plenitud rémora de su sibilante orgullo,
tras el sauce, el dolor y la batalla de un gemido,
de una estrella, (que es mi rosa) en la mañana…
Detuvo tu mirada el pedregal, de nocturno
cilindro de la noche, de boca acérrima del viento:
de heraldo solo, donde elude el llanto su boca,
y las lágrimas del atardecer son el sendero,
por donde la copla a tu mirada, es ojo inmerso
dentro de tu aliento: de tu sombra
Por donde el canto a tu voz, hiende la prófuga marëa,
del iridiscente tramo de Luz, que boca arrea,
tras el júbilo de aquél perdido cauce,
en la sombra de la noche. Oooh, más allá,
de la neblina, tu pisada vuelve, tras la nieve!
Más allá que la doncella busca, entre la hora
en el declive que tu son es a las aristas,
un desvelo armonioso de sonrisas,
tras el velero que parte de tu pecho, entre aguas abiertas,
y la noche,
Pasëa por sobre la mirada, nocturna, aliciente,
bermeja, cual el soliloquio de una acera:
la nocturna pedrera de tu Sueño, tu luz y tu silencio,
más allá de los nombres que la voz quema,
más allá de las sombras, que tras el devenir
que la voz tïembla, hacen conjuro de mi posta,
cual celebridades álgidas en el soplido de la luna,
en la nocturna placidez de un coro altivo,
más allá de la boca que derriban, tus besos…
…Y es, el ardor de mi pluma en tus papeles níveos,
un claro arrebato de un suspiro que, tras el océano
que apremia, devuelve un ápice de luna,
de proterva vacuidad, de helecho enamorado,
en el bordar enhiesto la risa de tu sombra,
tras el coloquio de tu salmo, de tu beso!
De tu cintura helada. De tu murmurio.
De la noche que atavía a tus espaldas…
Eres la rosa que nombra la mirada de las cosas,
que me hiberna. Tras el edilicio canto de tu nombre,
tras el sendero roto de mil bajeles que encubrían
tu llamado, de prontas distancias
en el asomo de una miel, que tatúa tu belleza
cual el beso, de aquél, que el destino fue
para nuestro sueño, el mejor:
el canto que fue Voz, y no sólo noche acérrima…
Eres, la Rosa, el manantial que tu nombre invita
con la sílaba de tiento, del único tacto
que preserva tu dialecto de púrpura reclamo:
en la voz, y ardid, en la sombra, idéntica
a lo preso; a la vislumbre de un océano de lluvia:
tras el deceso de un canto adormecedor
de solo hiriente arrebol; de sólido menguante
adalid de boca propensa al desafío…
Que la voz de tu mirada, encumbra en un sollozo,
el devenir de la altura, donde vuelve, mi gozo.
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