Una reflexión religiosa que hace el escritor argentino Ernesto Sábato, para quienes dicen que la religión es una farsa y se han dejado poseer por la frialdad de lo racional.
PD: esto es una bella reflexion espiritual. No es un poema, pero si una reflexión religiosa. No supe dónde ponerla, asi que si está en el lugar del foro que no es por favor muevan el tema...
PD: esto es una bella reflexion espiritual. No es un poema, pero si una reflexión religiosa. No supe dónde ponerla, asi que si está en el lugar del foro que no es por favor muevan el tema...
La religion ha perdido influencia sobre los hombres y desde hace unas décadas los mitos y las religiones parecieron superados para siempre y el ateísmo se generalizo en los espirutos avanzados. Sin embargo, en estos años, el hombre en su desesperación ha vuelto su mirada hacia las religiones en busca de alguien que lo pueda sostener.
Todo eso, me diran, no son mas que leyendas, cosas en las que se creía antes. Sin embargo, cuando el pensamiento y la poesía constituían una sola manifestación del espíritu que impregnaba desde la magia de las palabras-rituales hasta la representación de los destinos humanos, desde las invocaciones de los dioses hasta sus plegarias, el hombre pudo indagar en el cosmos sin romper la armonía con los dioses. Hoy no tenemos una narración, un relato que nos una como pueblo, como humanidad, y nos permita trazar las huellas de la historia de la que somos responsables. El proceso de secularizacion ha pulverizado los ritos milenarios, los relatos cosmogónicos, creencias que fueron tan enraizadas en la humanidad como el reencuentro con los muertos, los poderes sanadores de un bautismo, el perdón de los pecados.
Pero ¿cómo pueden ser una falsedad las grandes verdades que revelan el corazón del hombre a través de un mito o de una obra de arte? Historias fantásticas que revelan una desesperada verdad de la condición humana. Lo mismo ocurre con los sueños, de ellos se puede decir cualquier cosa, menos que sean una mentira. Pero al sobrevolarse lo racional, fue destinado todo aquello que la lógica no lograba explicar. ¿Acaso son explicables los grandes valores que hacen a la condición humana, como la belleza, la verdad, la solidaridad o el coraje? El mito, al igual que el arte, expresa un tipo de realidad del único modo en que puede ser expresada. Por esencia, en refractorio a cualquier tentativa racionalizadora, y su verdad paradójica desafía a todas las categorías de la lógica aristotélica o dialéctica. A través de esas profundas manifestaciones de su espíritu, el hombre toca los fundamentos últimos de su condición y logra que el mundo en el que vive adquiera el sentido del cual carece. Por eso mismo, todos los filósofos y artistas, siempre que han querido alcanzar el absoluto, debieron recurrir a alguna forma del mito o la poesía.
El mayor empobrecimiento de una cultura es en ese momento en que un mito empieza a definirse popularmente como una falsedad. Así ocurrió en la Grecia clásica. Tras el derrumbe de aquellos relatos, Lucrecio cuenta haber visto "corazones apesadumbrados en todos los hogares; acosada por incesantes remordimientos, la mente era incapaz de aliviarse y se veía obligada a desahogarse mediante lamentaciones recalcitrantes". Como al desmoronarse los cimientos de una casa, las sociedades comienzan a precipitarse cuando sus mitos pierden toda su riqueza y su valor.
En éste empobrecimiento se atrofian capacidades profundas del alma, tan entrañables a la vida humana como los afectos, la imaginación, el instinto, la intuición para desarrollar, al extremo la inteligencia operativa y las capacidades utilitarias.
Frente a cuestiones inefables es infructuoso tratar de acercarse por medio de definiciones. La incapacidad de los discursos filosóficos, teológicos y matemáticos para responder a estos grandes interrogantes revela que la condición última del hombre es trascendente, y por lo tanto, misteriosa, inasible.
Ante la vulnerabilidad, o el fracaso de la Razón, de la Política y de la Ciencia, el ser humano oscila en el vacío sin encontrar en dónde enraizarse ni en el cielo ni en la tierra, mientras es atragantado por una avalancha de información que no puede digerir y de la que no recibe alimentación.
¿Qué ha puesto el hombre en lugar de Dios? No se ha liberado de cultos y altares. El altar permanece, pero ya no es lugar del sacrificio y la abnegación, sino del bienestar, del culto así mismo, de la reverencia a los grandes dioses de la pantalla
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