Si nos planteamos vivir con integridad espiritual debemos tener claro qué se entiende con estos términos. Si observamos los sentimientos que albergamos en nuestro interior y ajustamos nuestro accionar a ellos seremos plenamente honestos y auténticos. Nos mostraremos tal como somos, no tendremos temor de expresar nuestras ideas y viviremos sin necesidad de máscaras. Un componente de ésta es la congruencia en que nada está en contradicción con lo que se piensa o se hace, realmente resultamos seres “de una sola pieza”; no hay conflicto consigo mismo en ningún nivel del ser, por lo tanto es imposible que se presente conflicto con nada o nadie, puesto que este es producto del autoengaño y éste es deshonestidad.
La mayor parte de nuestra vida la invertimos en actividades que no están de acuerdo con nuestro ser esencial huyendo, de esta forma, de la realidad y sirviendo esto sólo para nutrir nuestro ego. Esto nos produce una desconexión con nuestra conciencia divina generando, a su vez, circunstancias y situaciones que llevan a la desdicha, depresión y enfermedad; estas son el resultado de vivir sin sinceridad y sin amor, haciendo de la explotación del ser humano y de la naturaleza la forma habitual de nuestro accionar. Habitualmente, tomamos de nuestro entorno más de lo necesitamos para vivir, fruto de nuestro sentimiento de escasez.
En nuestro interior brilla el diamante de la sabiduría, la paz y el amor; es algo intrínseco del ser humano, algo con lo que todos nacemos y que en algún momento de nuestro sendero vital perdemos o, mejor dicho, olvidamos que poseemos; reconectándonos con nuestro interior podemos rescatarlo. Guiados por estos sentimientos sólo podemos comportarnos como seres de luz, creadores de prosperidad, fraternidad y amor en nuestro entorno.
En la medida que vivamos de acuerdo al dictado de nuestro corazón y en el presente, sin anclarnos en el pasado ni preocuparnos por el futuro seremos uno con la conciencia divina; se manifestará la chispa divina que está en nuestro interior y que sólo aspira al bienestar y felicidad de nuestros hermanos y demás criaturas. Viviendo auténticamente nuestro accionar nos hará felices, y de esto se derivará el respeto absoluto por los derechos de nuestros congéneres a pesar de sus diferencias para con nosotros. No pesarán las diferencias raciales, religiosas, culturales ni de nivel económico; puesto que a nivel del ser todos somos iguales. Surgirá una profunda compasión cuando descubramos que compartimos sufrimientos y frustraciones con nuestros hermanos. Nuestra acción será armónica y bella; gradualmente iremos comprendiendo quiénes somos y la misión que hemos venido a cumplir en nuestro mundo y la vida se tornará muy simple. Viviendo de acuerdo a los dictados de nuestro maestro interior la vida será plena y desterraremos el odio y las guerras fruto de la no aceptación de las diferencias y de la ambición. Al vivir auténticamente, según los dictados de nuestro interior y nuestras actitudes naturales seremos creadores de belleza. La alegría será una bendición de nuestro diario vivir, para nosotros y para todos aquellos que formen parte de nuestro entorno. Si nos gustan las plantas seremos un jardinero realizado y viviremos y disfrutaremos, ajenos a la opinión del entorno o a especulaciones económicas, que tanto daño hacen a la sociedad y a los individuos. Además, como ya dijimos, esta actitud revaloriza la importancia de vivir el presente, eliminando todo el dolor y odio que produce vivir en el pasado o en el futuro. El amor, que es la fragancia del alma, tocará a todos los seres que nos rodeen.
La mayor parte de nuestra vida la invertimos en actividades que no están de acuerdo con nuestro ser esencial huyendo, de esta forma, de la realidad y sirviendo esto sólo para nutrir nuestro ego. Esto nos produce una desconexión con nuestra conciencia divina generando, a su vez, circunstancias y situaciones que llevan a la desdicha, depresión y enfermedad; estas son el resultado de vivir sin sinceridad y sin amor, haciendo de la explotación del ser humano y de la naturaleza la forma habitual de nuestro accionar. Habitualmente, tomamos de nuestro entorno más de lo necesitamos para vivir, fruto de nuestro sentimiento de escasez.
En nuestro interior brilla el diamante de la sabiduría, la paz y el amor; es algo intrínseco del ser humano, algo con lo que todos nacemos y que en algún momento de nuestro sendero vital perdemos o, mejor dicho, olvidamos que poseemos; reconectándonos con nuestro interior podemos rescatarlo. Guiados por estos sentimientos sólo podemos comportarnos como seres de luz, creadores de prosperidad, fraternidad y amor en nuestro entorno.
En la medida que vivamos de acuerdo al dictado de nuestro corazón y en el presente, sin anclarnos en el pasado ni preocuparnos por el futuro seremos uno con la conciencia divina; se manifestará la chispa divina que está en nuestro interior y que sólo aspira al bienestar y felicidad de nuestros hermanos y demás criaturas. Viviendo auténticamente nuestro accionar nos hará felices, y de esto se derivará el respeto absoluto por los derechos de nuestros congéneres a pesar de sus diferencias para con nosotros. No pesarán las diferencias raciales, religiosas, culturales ni de nivel económico; puesto que a nivel del ser todos somos iguales. Surgirá una profunda compasión cuando descubramos que compartimos sufrimientos y frustraciones con nuestros hermanos. Nuestra acción será armónica y bella; gradualmente iremos comprendiendo quiénes somos y la misión que hemos venido a cumplir en nuestro mundo y la vida se tornará muy simple. Viviendo de acuerdo a los dictados de nuestro maestro interior la vida será plena y desterraremos el odio y las guerras fruto de la no aceptación de las diferencias y de la ambición. Al vivir auténticamente, según los dictados de nuestro interior y nuestras actitudes naturales seremos creadores de belleza. La alegría será una bendición de nuestro diario vivir, para nosotros y para todos aquellos que formen parte de nuestro entorno. Si nos gustan las plantas seremos un jardinero realizado y viviremos y disfrutaremos, ajenos a la opinión del entorno o a especulaciones económicas, que tanto daño hacen a la sociedad y a los individuos. Además, como ya dijimos, esta actitud revaloriza la importancia de vivir el presente, eliminando todo el dolor y odio que produce vivir en el pasado o en el futuro. El amor, que es la fragancia del alma, tocará a todos los seres que nos rodeen.
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