¡Vaya, mujer!
¿Porque nunca te regalé un soneto,
como suelen hacer los petimetres
que,
a falta de otra cosa meten versos...?
Sí, quizá tengas razón;
yo soy más ordinario que poeta.
Te quiero en lo sencillo, en lo diario,
detesto ser pedante,
yo prefiero el instante;
vivir intensamente la ocasión no prevista.
Sin trampas ni reveces
echarte un polvo entre las verdes mieses,
o en el estrecho arcén de la autopista.
Me gusta verte el culo
mientras te agachas a sacar la ropa de la lavadora,
juntar a él mis muslos
y estrujarte contra el fregadero
en tanto tú preparas el guiso de patatas.
Comportarme contigo como un niño travieso,
mordiéndote las tetas.
Para San Valentín, ya sabes...
en vez de regalarte bombones y rosas sin olor
te traigo expreso
una ramita
de almendro florecido
para que tú la veas
y cuya aroma, penetrante y ácida,
tanto me recuerda al olor de tu sexo
cuando me deseas.
Recaredo.
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