Quiso una gotita de lluvia, de esas lluvias de mes de mayo digamos, convertirse en océano.
-No delires!- le decían sus gotitas camaradas, antes de estrellarse en el suelo o ir a romperse en algún cristal, o en el suelo mismo para mojar la ciudad entera.
Pero la gotita insistía y repetía hasta el cansancio su anhelo inexpugnable de convertirse en océano.
Y así andaba, de lluvia en lluvia, nostalgiando a los nostálgicos, jodiendo a los jodidos, desamparando a los incautos... conmoviendo a las almitas con alas.
Pasaban las estaciones, se iba el verano necio, tosco y con la venida del otoño la gotita recuperaba su fuerza para soñar, llevando siempre a cuestas un peso que por momentos la hacia flaquear. Una carga extenuante era tener que soportar con gallardía las burlas de sus camaradas que de a ratos cruzaban la barrera del humor, para convertirse en certeras puñaladas al corazón de su ilusión.
Una nube amiga, que era quien mejor solía albergarla en esas épocas de intensa labor, le repetía hasta el hartazgo que a pesar de todo lo que dijesen y de las veces que su anhelo se viera frustrado, no podía dejarse amedrentar, no debía bajar los brazos!
Pese a las palabras de fuerza que nacían bien adentro de aquella nube amiga, la gotita de lluvia perdía irremediablemente toda esperanza de concretar su ferviente sueño y a medida que el tiempo transcurría conciso, severo, jodido... el desasosiego era cada vez mayor.
Así, una tarde esplendida, limpia de enero, del puto y seco enero que tan mal le caía; la gotita decidió darle fin a su dolor desmesurado, constante y descolgándose de una nube chiquita que andaba perdida por el cielo, fue a dar de lleno, fue a romperse la vida en la gorra de un marinero que se encontraba a punto de embarcar.
Ya una vez mar bien adentro, la picardía del viento logró arrebatarle al marinero la gorra que conservaba aun los vestigios de la gota y la arrojo a las aguas frías.
La gorra del marinero navegó las aguas hasta alcanzar el océano... y de este modo sin ella haberlo previsto, sin siquiera ya poder palparlo, sin siquiera tener conciencia de lo ocurrido. Ya con ella hecha escombros en cuerpo y alma.... la gotita de lluvia fue a formar parte del océano...se hizo océano... y jamás lo pudo saber.
-Nunca dejes de soñar amiga mía!- le había dicho aquella nube. –En ocasiones las cosas suceden de las formas mas inesperadas.
-No delires!- le decían sus gotitas camaradas, antes de estrellarse en el suelo o ir a romperse en algún cristal, o en el suelo mismo para mojar la ciudad entera.
Pero la gotita insistía y repetía hasta el cansancio su anhelo inexpugnable de convertirse en océano.
Y así andaba, de lluvia en lluvia, nostalgiando a los nostálgicos, jodiendo a los jodidos, desamparando a los incautos... conmoviendo a las almitas con alas.
Pasaban las estaciones, se iba el verano necio, tosco y con la venida del otoño la gotita recuperaba su fuerza para soñar, llevando siempre a cuestas un peso que por momentos la hacia flaquear. Una carga extenuante era tener que soportar con gallardía las burlas de sus camaradas que de a ratos cruzaban la barrera del humor, para convertirse en certeras puñaladas al corazón de su ilusión.
Una nube amiga, que era quien mejor solía albergarla en esas épocas de intensa labor, le repetía hasta el hartazgo que a pesar de todo lo que dijesen y de las veces que su anhelo se viera frustrado, no podía dejarse amedrentar, no debía bajar los brazos!
Pese a las palabras de fuerza que nacían bien adentro de aquella nube amiga, la gotita de lluvia perdía irremediablemente toda esperanza de concretar su ferviente sueño y a medida que el tiempo transcurría conciso, severo, jodido... el desasosiego era cada vez mayor.
Así, una tarde esplendida, limpia de enero, del puto y seco enero que tan mal le caía; la gotita decidió darle fin a su dolor desmesurado, constante y descolgándose de una nube chiquita que andaba perdida por el cielo, fue a dar de lleno, fue a romperse la vida en la gorra de un marinero que se encontraba a punto de embarcar.
Ya una vez mar bien adentro, la picardía del viento logró arrebatarle al marinero la gorra que conservaba aun los vestigios de la gota y la arrojo a las aguas frías.
La gorra del marinero navegó las aguas hasta alcanzar el océano... y de este modo sin ella haberlo previsto, sin siquiera ya poder palparlo, sin siquiera tener conciencia de lo ocurrido. Ya con ella hecha escombros en cuerpo y alma.... la gotita de lluvia fue a formar parte del océano...se hizo océano... y jamás lo pudo saber.
-Nunca dejes de soñar amiga mía!- le había dicho aquella nube. –En ocasiones las cosas suceden de las formas mas inesperadas.
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