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La música ambiental disfraza los cuchillos,
las vitrinas de las tiendas cernían su arcoiris,
su red, su lontananza de sueños de mercado,
a los que impávidos miraban los clientes en su esfera,
los niños sobretodo como iniciados en un sueño.
Dijérase que el mundo recobraba la armonía,
entre esos mármoles trapeados por obreras sin colegio,
entre pasillos pulidos por un sueldo siempre injusto,
entre utopías al alcance de un no para el cesante,
entre sonrisas y paseos en las alturas del consumo.
Un nuevo paraíso sin prisas ni serpientes,
un arca imponderable en la que entrar uno por uno,
un débito, una tabla de la ley sin tanto monte,
un mar no menos rojo pero igual de hecho a milagros,
aparentes y radiantes, oscuros, pero seductores
y con su cruz exacta al final de las ofertas.
Aplaudo al mercader que inauguró la nueva torre,
que resolvió el idioma confuso de los pueblos,
que puso precio al ocio, al lujo y la belleza,
al pan amamantado en los suburbios por ratones
a la inicua economía que iguala al visitante,
pero que deja en su ancestral miseria inaccesible
a la misma muchedumbre que prestigia sus hangares.
De pronto le robaron la cartera a tu señora
y el Midas terminó convertido en laberinto.
18 08 10
La música ambiental disfraza los cuchillos,
las vitrinas de las tiendas cernían su arcoiris,
su red, su lontananza de sueños de mercado,
a los que impávidos miraban los clientes en su esfera,
los niños sobretodo como iniciados en un sueño.
Dijérase que el mundo recobraba la armonía,
entre esos mármoles trapeados por obreras sin colegio,
entre pasillos pulidos por un sueldo siempre injusto,
entre utopías al alcance de un no para el cesante,
entre sonrisas y paseos en las alturas del consumo.
Un nuevo paraíso sin prisas ni serpientes,
un arca imponderable en la que entrar uno por uno,
un débito, una tabla de la ley sin tanto monte,
un mar no menos rojo pero igual de hecho a milagros,
aparentes y radiantes, oscuros, pero seductores
y con su cruz exacta al final de las ofertas.
Aplaudo al mercader que inauguró la nueva torre,
que resolvió el idioma confuso de los pueblos,
que puso precio al ocio, al lujo y la belleza,
al pan amamantado en los suburbios por ratones
a la inicua economía que iguala al visitante,
pero que deja en su ancestral miseria inaccesible
a la misma muchedumbre que prestigia sus hangares.
De pronto le robaron la cartera a tu señora
y el Midas terminó convertido en laberinto.
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